Que nunca se pierda la ilusión

“El arte es, sobre todo, un estado del alma”, solía decir Marc Chagall, un pintor y bohemio francés del París de las vanguardias. Qué frase más oportuna para el mundo sublime de la Semana Santa y todas las almas cofrades que lo componen

Un nuevo Miércoles de Ceniza aparece en el calendario, y con él, la génesis de la espera hacia el que será el gran Domingo de Ramos. Hace exactamente un año nos encontrábamos suspirando por las esquinas de esta nuestra Málaga. Un Vía Crucis protagonizado por el Santísimo Cristo Coronado de Espinas era pues la alegría de la primavera, y también la de los malagueños. Parece como si el mundo hubiese querido por aquellos tiempos ponernos el caramelo en la boca, para arrebatárnoslo inmediatamente después.

Las interminables colas para comprar el capirote en las tiendas más antiguas, el ambiente de trabajo incesable en las hermandades, o la ropa a estrenar para el Domingo de Palmas fue de repente sustituida por una marea de incertidumbre, miedo y soledad, solo éstas invadirían las calles en aquel año.

María Santísima de la Salud, año 2019.

Los cofrades, tal y como saben que deben hacer siempre, siguieron caminando de frente, aunque la Semana Santa de 2020 solo pudiera vivirse desde el corazón.

Y tras un año de espera, de nuevo el sueño vuelve a posponerse. En estas líneas en honor a este Miércoles de Ceniza, me disponía a analizar la situación de una Semana Santa otra vez agridulce. Pero no es eso lo que quiero hacerte llegar. Prefiero hacerte recordar porqué eres cofrade, y con ello, sacarte una sonrisa, de esas que, aunque no puedan lucirse en la Semana de Pasión, sé que estarán ahí, igual que la sonrisa escondida bajo el capirote.

Resulta que el arte es una droga de la que los que sueñan despiertos nunca pueden escapar. Mi Semana Santa, sin lugar a dudas, y frente a todo aquel que pretenda negarlo, es arte.

Nuestro Padre Jesús de la Sagrada Cena, año 2019.

En cada morillera que tintinea con las barras de palio como si de un ángel se tratase, en el Espíritu Santo presente en la humareda de incienso que abre el camino, en el compás y la armonía, en el olor a azahar de la primavera y en los niños que tímidamente piden la mano al nazareno.

Es arte, porque también lo es cada piropo que Málaga lanza, cada rezo a modo de saeta, y el silencio que la acompaña. Hay arte en la abuela que arregla la túnica de Adrián, en el padre que coge a hombros a Lucía, y en la madre que explica la leyenda de Zamarrilla a Lola.

Nuestro Padre Jesús Nazareno El Rico, año 2019.

Lo es cada esfuerzo de los hombres de trono, cada palabra del capataz, y cada miembro del submarino. Está presente en las notas de música, que cuentan una historia sin necesidad de narrador. En los balcones engalanados, en las tradicionales torrijas, en los limones con sal, en las trompetas y tambores de los puestos que vuelven locos a los niños, o incluso, en los itinerarios estropeados al guardarlos en el bolsillo para ir de una procesión a otra. Hay arte en las mujeres de trono, en los pintores y pregoneros. En las lágrimas del que reza acordándose de alguien especial, en los aplausos de la Tribuna de los Pobres a la hora que sea, en el acto de bondad que supone liberar a un preso, la bendición de Dios al hacerlo, y la sonrisa oculta del que es perdonado.

Pero, sobre todo, la mayor de todas las artes se encuentra en la lección de amor que cada año Málaga recibe. El mismo Mesías de calle Parras es crucificado en San Juan, para resucitar a los tres días en San Julián y regalarnos la moraleja más bonita de todos los tiempos: nada, absolutamente nada, tiene más poder que el amor. A pesar de ser traicionado en Puerta Nueva y prendido en Capuchinos con un beso. A pesar de caer por tercera vez en la Victoria, de llevar una cruz hasta el Calvario y morir frente al Teatro Romano, nunca faltó a su promesa, dejó que se hiciese en él según la palabra del Padre y cumplió todo el amor que un hombre puede llegar a prometer. Sin olvidarnos, por supuesto, del Amor de su madre, que, aunque fuese Doloroso, siempre caminó tras él.

Santísimo Cristo del Amor, año 2019.

Por ello, hermano, amigo, malagueño, y, sobre todo, cofrade, recuerda esta ilusión que late en tu pecho al llegar la primavera malacitana, recuerda la cita inquebrantable con nuestra Semana Santa, y cumple con el amor que Él quiso enseñarnos.

Que dé comienzo la Cuaresma pues, si mi Semana Santa es arte, también lo es el estado de mi alma.

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