Entrevista – Miguel Gutiérrez, Médico y Albacea de la Archicofradía de la Esperanza
En esta ocasión entrevistamos a D. Miguel Gutiérrez, actual Albacea de la Pontificia y Real Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza
Miguel Gutiérrez (30 años), es Graduado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Actualmente ejerce como médico de Urgencias. En el ámbito cofrade, pertenece a las cofradías de la Esperanza (en la que ostenta el cargo de albacea), Humildad, Dolores del Puente y Remedios.
– En Getsemaní, los evangelios describen a Jesús agonizante, triste hasta la muerte e incluso en Lucas se sugiere que pudiera sufrir hematidrosis. ¿Cómo se calificaría médicamente ese estado de angustia de Jesús? ¿Qué puede llegar a producir la hematidrosis?
Cuando nos referimos a Jesús en Getsemaní, nos referimos a Dios hecho hombre en la aceptación suprema del sino de su venida al mundo: la redención de éste. Pero si nos ceñimos exclusivamente a su condición humana, hablamos de un hombre consciente de sus últimos segundos de libertad, de los últimos instantes en que puede decidir sobre sí mismo antes de ser apresado. Miedo, pánico, terror extremo. Cuando se habla de la Pasión desde la perspectiva médica, cobra gran relevancia el plano físico por el castigo tan particular que sufrió Jesús de Nazaret. Pero nada desmerece a esta dolencia física el sufrimiento psíquico. El miedo, por naturaleza, despierta actitud esquiva hacia lo que el ser humano percibe como una amenaza. Es una respuesta de protección, un instinto de supervivencia. Jesús, el hombre, se mantuvo firme a la espera de su prendimiento.
Esa angustia extrema, ese terror paralizante, narra Lucas que se tradujo en el fenómeno de la hematidrosis, “sudor de sangre”. Es un fenómeno clínico altamente infrecuente; no obstante, sí aparece descrito en la literatura. Cuando un ser humano experimenta una crisis de angustia tan explosiva, se desencadena un cortejo vegetativo de tal magnitud (sudoración profusa, respiración agitada, tensión máxima) que puede provocar la ruptura de los pequeños capilares que irrigan el cuero cabelludo y la frente, de modo que el sudor es vertido entremezclado con la sangre. Como se desprende, no es un sudar sangre en la literalidad de la expresión, sino sudor que emerge mezclado con esa sangre fruto de la ruptura de los finísimos capilares.
Paradójicamente, San Lucas era médico. De ahí que su anotación de este suceso en el evangelio sea altamente interesante para glosar el sufrimiento de Jesús en Getsemaní.
– Los maltratos a los que fue sometido Jesús en el juicio (golpes, bofetadas, flagelación y coronación de espinas), ¿Qué traumatismos provocaron y de qué gravedad le provocaron?
Fue un tormento físico atroz; se requiere un auténtico tratado de medicina para detallar todos y cada uno de ellos presuponiendo los mecanismos lesionales que infringirían a Jesús de Nazaret desde su prendimiento y a lo largo del juicio. Contusiones y heridas de toda tipología (tanto por la propia mano del hombre como por los instrumentos de tortura).
Se podrían clasificar tres grandes trances. Desde su prendimiento y a lo largo del juicio, sobre Jesús recaerían puñetazos, patadas, bofetadas, traumatismos con objetos romos. Si nos atendemos a la Síndone de Turín, el hombre reflejado muestra una severa contusión en el tabique nasal que, por las características resultantes, puso ser propiciada por un bastón o cayado. Hay que tener en cuenta que Jesús no solamente estaba siendo juzgado, sino que en la propia injusticia de su proceso judicial, estaba recibiendo un terremoto de ira sobre su persona. No es de presuponer un trato especialmente cortés.
Posteriormente, cuando Jesús es sometido a la flagelación, recibió incontables lances repartidos entre varas y flagelos o flagrum, un instrumento para la flagelación consistente en un asa al que se aplicaban correas de cuero rematadas por bolas de plomo y astrágalos de carnero, una pieza del esqueleto muy sinuosa, con afiladas irregularidades, perfecta para desgarrar la piel, el tejido subcutáneo y los músculos, llegando a exponer, incluso, la superficie ósea. La magnitud de las heridas es terrible; pero, además, es preciso recalcar que esos golpes fueron incontables, pues la flagelación no se produjo según la norma semita del máximo de cuarenta latigazos, sino bajo el auspicio de la ley romana, que no limitaba estos golpes; simplemente ponía como condición que el reo no falleciese en el castigo. E, igualmente, es oportuno recordar que el reo era flagelado completamente desnudo, atado a un fuste bajo, con la espalda tensa para sufrir con plenitud la descarga de la flagelación, y que los golpes se repartían a lo largo de toda la extensión de la superficie corporal, como así atestigua la propia Síndone de Turín, donde, no obstante, las lesiones se concentran con mayor profusión en el tronco.
Y, finalmente, la coronación de espinas, el escarnio en el pretorio, constituyó un maquiavélico juego para la soldadesca romana. Era costumbre que, una vez al año, se concedía a la guardia la libertad de desarrollar cualquier tipo de burla en torno a un reo. Existían diversos “juegos” incluso retratados en el propio enlosado. En el caso de Jesús, dada la condición de Rey de los Judíos, les resultó fácil escenificar una mofa a modo de “coronación”, sustituyendo todos los atributos reales por instrumentos de castigo: la corona, de espinas en lugar de piedras preciosas; el manto, un retal ajado púrpura en lugar de una pieza distinguida; el cetro, una caña en lugar de un bastón digno de la realeza. Es imposible describir lo que ocurriría en aquel patio pues aquel castigo aconteció en la privacidad. Basta con imaginar la estampa de Jesús en manos de decenas de soldados que, de uno en uno, “rendían pleitesía” con toda crueldad. Unido a todo el castigo arrastrado, la corona de espinas, que más que una trenza o diadema fue un casquete que arropaba toda la cabeza, ocasionó cientos de heridas punzantes, muy penetrantes por mor de las finas espinas, que dañarían sin dificultad la rica red capilar del cuero cabelludo de forma constante, al salir y volver a incidir gracias a los golpes y zarandeos que aplicaban sobre Jesús, lo que, además de la generosa pérdida de sangre, ocasionaría un dolor de cabeza insoportable.
Todo ello explica que desde el momento en que es prendido hasta que Jesús es presentado al pueblo, su apariencia física debió verse reducida a un amasijo de sangre y carne, a un hombre desfigurado. Basta concretar eso para imaginar la magnitud.
– Se discute sobre si Jesús llevó solo el madero transversal o la cruz al completo. ¿En cuál de estas situaciones provocaría mayor dolor corporal a Jesús? ¿Qué consecuencias físicas supone transportar una madera tan pesada durante aproximadamente 600m por calles angostas y empedradas?
La teoría comúnmente asumida es que Jesús portó solamente el travesaño horizontal, el patibulum, no la cruz al completo. La representación de la cruz al completo, forma más común en el arte, entronca con la necesidad de facilitar el mensaje al espectador y con la idealización de la propia cruz abrazada en su totalidad por el Hijo del Hombre. Es normal; es una de tantísimas licencias que en el arte se han empleado a la hora de contar este episodio de la vida de Jesús. Pero lo cierto es que Jesús portaría el travesaño horizontal, tanto por ser la costumbre (el stipes, el vertical, esperaba incrustado en la tierra, de modo que solo hubiese que deslizar al reo) como por que el peso de los dos maderos ensamblados hace difícilmente imaginable que su carga fuese viable.
No solamente por el peso, sino por el propio estado en que se encontraba Jesús, y eso enlaza con la segunda pregunta que me haces. No se trata de considerar únicamente el propio esfuerzo titánico que supone per se cargar el madero hasta el Calvario, sino el deplorable estado del que partía Jesús de Nazaret, un hombre que había recibido un castigo físico atroz, que había pasado toda la noche en vela, siendo llevado de un sitio a otro sin respiro. Y, claro, la forma en que Jesús portaría el madero hacia el Gólgota, un camino en el que, una vez, sufriría todo tipo de maltratos.
– En los evangelios de Mateo y Marcos, se dice que a Jesús se le ofreció vino con mirra (según mateo) o hiel (según Marcos). ¿Qué finalidad tenía ofrecer al reo estos productos antes de su crucifixión?
Al parecer, las teorías más aceptadas es que se ofrecían a los reos ese tipo de brebajes con un fin de “anestesiar” o “atemperar” el sufrimiento padecido. Una mera cortesía que, naturalmente, poco de cortesía representa a tenor de la sentencia recibida. Es extensible al ofrecimiento de esos mismos brebajes o vinagre cuando, ya crucificado, pronunció la palabra “Tengo sed”. Jesús había sufrido una pérdida de sangre dramática, así que la sed resultante es fruto de la extrema situación de deshidratación en que se encontraba. No obstante, ese tipo de brebajes ni proporcionarían el aporte de líquidos necesario, ni son equiparables al agua, por no hablar que ese tipo de líquidos ocasionarían una profunda irritación en las heridas que jalonarían los alrededores de la boca de Jesús.
– La tendencia actual afirma que Jesús fue clavado en las muñecas y no en la palma de las manos. ¿Por qué es más plausible la hipótesis de las muñecas y qué lesiones causaron?
Ese debate, hablando de la Pasión de Cristo, es de los más recurrentes y que más controversia ha generado. Y, a decir verdad, todas las teorías tienen defensores. La hipótesis más aceptada, efectivamente, es que Jesús fue clavado a la cruz por las muñecas, argumentando que a dicho nivel anatómico se permitiría la función de sostén del peso de todo el organismo. A su favor va, igualmente, el lienzo de Turín, donde el rastro de la perforación de los clavos apunta a las muñecas. Es cierto que es un debate, además, muy condicionado por la búsqueda de teorías que respalden la profecía del no quebrantamiento de ningún hueso. Los partidarios de la entrada a través de las muñecas, además de basarse en pruebas con cadáveres que habrían demostrado que es imposible sostener el peso del cuerpo con los clavos a nivel de las manos, señalan que a dicho nivel se hubiese producido una fractura de los metacarpianos. En cambio, el clavo podría haber traspasado la carne si la entrada se hubiese producido a nivel distal en el antebrazo, en el margen que dejan cúbito, radio y los huesecillos del carpo. Incluso, los propios defensores de que la entrada del clavo se hubiese producido en la propia muñeca, argumentan la existencia del llamado espacio de Destot entre dichos huesecillos, un espacio virtual que permitiría que el clavo atravesase el carpo sin dañar ninguno de los ocho pequeños huesos que articulan la muñeca. No obstante, lo rudimentario del castigo y la presunción de no grandes conocimientos anatómicos por los verdugos, restan consistencia a esa teoría. Y, para finalizar, conviene señalar que existen otros expertos que sí defienden la posibilidad de que los clavos hubiesen traspasado las manos y no hubiesen imposibilitado el mantenimiento del organismo gracias, igualmente, a pruebas realizadas y a estudios sobre las fuerzas aplicadas por el peso presupuesto a un hombre con la complexión de Jesús de Nazaret.
Con todo ello, lo que vengo a exponer es que existen múltiples teorías y otros tantos defensores de las mismas, y no existe un consenso, aunque en tiempos recientes se hable más de las muñecas; incluso el Arte parece haberse alineado más en esa tendencia y es cada vez más frecuente ver crucificados que aparecen clavados por las muñecas al madero.
– El dolor físico que produce la crucifixión añadida a las lesiones debió ser indescriptible…
Absolutamente. Si nos ceñimos a dolor físico estrictamente, y obviamos tanto las lesiones previas como la agonía ocasionada por la propia crucifixión, es imposible imaginar el sufrimiento ocasionado por los clavos atravesando manos y pies, tanto en el propio acto de la agresión como a posteriori, con la constante erosión fruto de los movimientos realizados por Jesús en la cruz para respirar. Además, la afectación nerviosa ocasionaría un dolor que se conoce como neuropático, que es especialmente mortificante, por vivenciarse a modo de descargas o calambrazos. Independientemente del nivel al que se produjese la entrada del clavo en la mano, parece inevitable que se hubiese producido daño en el nervio mediano, que hubiese ocasionado una semiflexión del meñique y el anular, la retracción del pulgar y la semiextensión de índice y corazón, en lo que se conoce como la mano del “padre bendiciendo”. Este detalle puede apreciarse de forma bastante verosímil en el Cristo de la Redención, un auténtico portento en lo artístico, pero no menos en lo anatómico y científico.
– En esas circunstancias, ¿la persona tiende a buscar la muerte lo antes posible?
La muerte sobreviene; el reo crucificado, en un instinto de supervivencia, impulsaba su cuerpo, apoyándose sobre sus pies, para propiciar la respiración, debido a la limitación que suponía la posición del cuerpo para la correcta dinámica de la caja torácica. Dado el tiempo que podía transcurrir hasta que los crucificados fallecían en la cruz, tiempo que en ocasiones podía extenderse por días, en no pocas ocasiones se asestaba un golpe de gracia a las extremidades inferiores del crucificado para privar al condenado de esa posibilidad de impulsar el cuerpo y favorecer el intercambio de aire en los pulmones.
– Jesús habría hablado desde la cruz hasta en siete ocasiones. ¿Es posible articular un diálogo coherente en una situación de extrema agonía?
Jesús, ya crucificado, se encontraba en un estado de extrema gravedad, sufriendo una insuficiencia respiratoria acuciante por la crucifixión, próximo al shock hipovolémico por lo que conocemos de los castigos infringidos, atosigado por el cansancio. Es una conclusión evidente si atendemos a la naturaleza de las horas precedentes. Pero lo que nos llega es a través de lo que recogen los evangelios, con lo cual no tenemos otra crónica de lo ocurrido. Y esas crónicas recogen esas palabras de Jesús.
De todos modos, no podemos obviar la naturaleza del personaje protagonista. Quienes somos hombres de ciencia, perseguimos la racionalidad de las cosas, los porqués que derriban los interrogantes. Pero fíjate, investigando sobre el tema, en una fuente bibliográfica llegué a leer que el autor atribuía la cuarta palabra de Jesús en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), aparentemente inconexa con el resto de pronunciamientos, a la hipercapnia (aumento del CO2 en sangre) asociada a la insuficiencia respiratoria, hipercapnia que causa estupor y alteraciones neurológicas… Cuando lo cierto es que Jesús exclama el inicio de un salmo que conocía. Se busca un sustento científico a un entramado puramente teológico.
Con esto vengo a decir que hay que tener siempre presente que analizamos unas horas capitales en la historia de la humanidad, pero que acontecieron hace veintiún siglos y de las cuales no tenemos más que relatos o pistas, algunas muy certeras.
Se hace difícil pensar que se pueda articular un diálogo en esa situación; las siete palabras de Jesús, realmente, no lo fueron. Fueron pronunciamientos escuetos, pero de gran trascendencia en el momento cenital de su martirio. No en vano, sirva de muestra que en lo más hondo de su trance, pidió perdón para sus verdugos. Da muestra de su altísima talla humana, independientemente de su consideración en el campo de la divinidad.
– La agonía de Jesús duró unas horas frente a un par de días que solía durar. ¿Se explica por el padecimiento anterior?
Ya se sabe lo que decían los clásicos: la crucifixión era la peor de las muertes. Era una forma de condena a muerte extremadamente cruel que se reservaba para los condenados a quienes se quería aplicar el mayor castigo. El desenlace fatal sobrevenía con variable margen de horas; la crueldad de la crucifixión, precisamente, radicaba en la lentitud con la que la muerte podía llegar a imponerse.
Por lo que conocemos de la muerte de Jesús, sobrevino con relativa celeridad; y, efectivamente, como bien apuntas, muy posiblemente por el estado en el que llegó al momento final en la cruz. El cansancio extremo, la hipovolemia por las hemorragias, la deshidratación… Todo ello apunta a pensar que Jesús, sencillamente, “ya no podía más”.
– ¿La causa última de su muerte cuál fue?
Al final, como en toda muerte, la causa última es la parada cardiorrespiratoria que, en el caso concreto de la crucifixión, parte de una deficiente oxigenación debido a la insuficiencia respiratoria. El oxígeno es el combustible esencial para el funcionamiento armónico del organismo; y sin éste, en situación de hipoxia, todo deja de funcionar. La postura en la cruz conducía a una dificultad para realizar dicho intercambio de gases de forma óptima. Se produce un círculo vicioso en el que es difícil exhalar el dióxido de carbono, lo que va deteriorando al propio organismo, y a la vez se imposibilita la adecuada entrada de oxígeno. Este proceso, de instauración más o menos rápida, conduce al final irreversible de la parada cardiorrespiratoria. No obstante, como ya se ha comentado, en el caso de Jesús concurrieron muchos factores que, en suma, precipitaron su muerte.
– Para cerciorar la muerte de Jesús, le fue clavada una lanza en el costado, de la que emanó sangre y agua. ¿A qué se debió este fenómeno?
Interesante cuestión, porque tiene mucho recorrido desde el punto de vista antropológico. De entrada, cabe destacar que el que la lanza se clavase en el costado derecho es algo que es muy discutido. La lógica nos llevaría a pensar que fuese en el costado izquierdo, en tanto ahí reside el corazón. Pero tradicionalmente se ha representado en el costado derecho. Hipótesis hay múltiples; desde quienes apuntan a que lo “diestro” tenía connotaciones positivas frente a todo lo “siniestro”, hasta las que aluden a que el ánima, el alma, asentaba en el hígado en su expresión vital según los clásicos.
Hecha esa apreciación, fuere como fuere, la explicación clínica más probable a dicho suceso, que constituye el primer milagro después de muerto de Jesús de Nazaret y, por tanto, ostenta gran relevancia para los cristianos, es la salida del líquido concentrado en el derrame pleural y pericárdico (acúmulo de líquido en torno a los pulmones y al corazón, respectivamente) y de la propia sangre, lo que conformaría esa salida de “sangre y agua” a través del costado.
– Algunos piensan que la resurrección de Jesús no es tal y se debe a que sobrevivió por las curas que pudo recibir. ¿Es esto plausible?
Absolutamente impensable. No hubiese sido posible una reposición de sangre que compensase las pérdidas. Por otra parte, las incontables lesiones permanecieron expuestas a todo tipo de contaminación, siendo susceptibles de la entrada de patógenos que hubiesen conducido a una propagación de una infección inicialmente localizada por invasión del torrente sanguíneo por parte de los microorganismos, lo que en el argot técnico se conoce como sepsis, un cuadro de gravedad que no hubiese recibido el tratamiento idóneo en el contexto de la época.
Así que no. Es una quimera; no tiene mucho sentido teorizar con una hipotética supervivencia de Jesús tras el martirio descrito y la final crucifixión.
– En la Sábana Santa de Turín, se aprecian muy claramente las lesiones que Jesús debió padecer según los evangelios. ¿Qué opinión tiene acerca de esta pieza?
Pues con total sinceridad, no creo que haya que tener opinión, y me explico. La síndone de Turín ha sido objeto de estudio de numerosos expertos en la materia, en un enfoque multidisciplinar. Y, pese a todo, pese a la disparidad de atribuciones de fechas, pese a los hallazgos de partículas en el tejido que apuntasen a la región de Israel, pese a todo ello, no es posible determinar que dicho lienzo acogiese en su seno el cuerpo sin vida de Jesús de Nazaret.
Ahora bien, del mismo modo que esa es la realidad a día de hoy, no menos cierto es que el cuerpo y el rastro de las lesiones que, según los testimonios, debió sufrir Jesús de Nazaret, están plasmados en ese lienzo. Y no es menos cierto que no se conocen otros precedentes de varones, de una edad aproximada a la que se estima para el hombre reflejado, que sufriesen un martirio de esas características, tan únicas y tan concretas. Solo conocemos el caso de Jesús de Nazaret.
Si por mi opinión te refieres a mi visión sobre la autenticidad de la identidad de ese hombre como Jesús de Nazaret, no tengo ninguna autoridad para opinar sobre ello. Sí puedo valorar lo expuesto anteriormente. Son muchas circunstancias que coinciden en la figura de Jesús y que resultan excluyentes del resto de los mortales no por una cuestión de necesario convencimiento, sino de historicismo. No conocemos otros casos de martirios como el de Jesús. Y las lesiones ahí reflejadas muestran lo relatado sobre el final de la vida de Jesús.
Fuere como fuere, es una pieza que, por extrapolación de sus hallazgos, ha aportado muchísima información y ha arrojado muchísima luz sobre las últimas horas del hombre reflejado en la síndone, que, aunque no exista demostración fehaciente, atesora gran superposición con lo conocido sobre Jesús.
– Quiénes contemplaron la ejecución de Jesús, entre ellos su madre, varias mujeres y el discípulo amado, ¿Qué reacción psicológica o de estrés pudieron manifestar? En un contexto actual, ¿hablaríamos que necesitarían atención psiquiátrica?
Este tipo de preguntas son algo abstractas para responder por dos motivos. Primero, porque mi experiencia profesional me ha llevado cada vez a hablar menos de la enfermedad en términos generales y más de los pacientes que sufren dichas enfermedades. Por mucho que hablemos de patologías, como conceptos definidos, cada paciente es una entidad completamente individual y distinta. Y en el caso de la esfera psíquica, ni que decir tiene que a iguales condicionantes, precedentes y contexto, dos personas reaccionan de forma distinta a un mismo evento o circunstancia.
En el caso de Jesús, además, tratándose de un hombre cuya vocación de redimir al mundo era anunciada a sus allegados y discípulos; tratándose de un martirio no inusual en la época; tratándose de una muerte violenta, cruenta, pero seguida por un hecho tan extraordinario como la resurrección que hace imposible valorar la instauración del duelo a posterior. Shock, estrés postraumático… Se podrían generar hipótesis, pero no dejarían de ser hipótesis sin sustento porque no conocemos la esfera psíquica de dichas personas.
En definitiva, sería caminar por un suelo totalmente abstracto. Sí que se podría decir que aquellas mujeres y aquel varón mostraron gran entereza para asistir a una muerte así de un ser querido y para sostener el miedo a ser señalados por mantenerse junto a Jesús de Nazaret. Y que esa entereza y esa valentía pesó más que el dolor ante el horror contemplado.
– La resurrección no entra en el campo de la medicina y solo se observa desde la fe, pero ¿Qué experiencia médica cree más análoga a una resurrección?
Experiencia análoga, si puede decirse que es análoga, sería la resucitación cardiopulmonar. Pacientes en situación de parada cardiorrespiratoria que, gracias a las maniobras de resucitación cardiopulmonar, salen de esa situación que, de mantenerse en el tiempo, supone la muerte del paciente.
No obstante, cójase con pinzas la respuesta porque no podría calificarse como algo análogo si comparamos a Jesús de Nazaret. La resurrección, como dices, no puede entrar en el campo de la medicina porque la ciencia nos demuestra que es inviable que en un ser humano pueda darse un caso como el de Jesús de Nazaret. Es una cuestión de fe. Y, añadiría, como cofrade que soy además de médico, no osaría a establecer analogías entre lo protagonizado por Jesús y la realidad diaria que vivimos en un hospital.
La resurrección de Jesús es cuestión de fe; no se puede intentar sustentar en algo científico. O crees en ella o no; que es la diferencia entre considerar a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios o, sencillamente, un hombre bueno que sufrió un castigo injusto. En definitiva, ser creyente o no.
Fotografía de Portada: Escena de la película Jesús de Roger Young y Serge Moati, 1999