Entrega III – Meditaciones sobre el Santo Vía Crucis
Ya adentrados en tiempos de Cuaresma es habitual que durante esta época del año en los templos, especialmente los viernes, se haga especial mención a las estaciones del santo Vía Crucis, una antigua tradición que se ha mantenido hasta hoy.
En diversas entregas meditaremos las diferentes estaciones del Vía Crucis, en concreto las propuestas por Juan Pablo II, que tienen un carácter más ecuménico y que recoge exclusivamente pasajes aportados por los Evangelios. Estas estaciones serán además las mismas que fueron representadas el pasado sábado, 5 de marzo, en el Vía Crucis Extraordinario por el Centenario de la Agrupación de Cofradías.
- VII Estación. Jesús carga con la cruz
Así que entonces lo entregó a ellos para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron.
Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota
(Jn 19 16-17)
Era costumbre que los condenados a muerte por crucifixión transportaran ellos mismos la cruz desde el lugar donde eran juzgados hasta el lugar donde tenía prevista la ejecución. Y aunque en la iconografía habitual se representa a Jesús portando la cruz entera, hoy día se piensa que lo más probable es que Jesús portara solamente el travesaño de la misma, echado sobre sus hombros.
En los Evangelios no se relatan las tres caídas ni el encuentro de Jesús con su madre, que forman parte del Vía Crucis tradicional, pero que forman parte de leyendas apócrifas. Tampoco hay consenso actual sobre cuál pudo ser el camino que anduvo Jesús con la cruz. Hay quienes sostienen que Jesús partió con ella desde la Torre Antonia, y otros desde el Palacio de Herodes, lugar de residencia habitual de Pilatos en Jerusalén.
- VII Estación. Jesús es ayudado por Simón de Cirene
Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz
(Mc 15, 21)
Esta Estación nos invita a reflexionar sobre las cargas diarias que tenemos que afrontar durante toda nuestra vida, muchas de ellas injustas o que nos han sobrevenido sin esperarlo.
Dejarse ayudar y compartir el esfuerzo de las cargas que tenemos que soportar es lícito para nuestro bien y el de aquellos que nos rodean, así como es un ejemplo para nosotros Simón de Cirene: ayudemos a quien lo necesite sin esperar que nos lo pidan. Socorramos a nuestros semejantes porque como dijo Jesús, “Todo lo que por uno de estos hagáis, lo hacéis por mi”.
- VIII Estación. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
(Lc 23, 27-31)
Las mujeres son las únicas que no abandonan a Jesús en sus últimas horas, en sus más terribles momentos de dolor. Jesús, vuelto hacia ellas, les sugiere que es por ellas mismas y no por él por quienes deben derramar lágrimas. Jesús predice lo que algunos biblistas consideran que es la destrucción de Jerusalén del año 70, lo que ha supuesto especular sobre si estas palabras son un añadido del evangelista Lucas a posteriori de dicha destrucción.
En cualquier caso, Jesús reflexiona sobre el mal en este diálogo en cuanto a que está viviendo de primera mano que con el leño verde (Él, Dios) se comete la injusticia de la ejecución. ¿Qué devenir puede esperar a aquellos que son meros hombres y mujeres guiados por el pecado?