Músicos, ¿a qué precio?
La figura del músico y el papel de las formaciones musicales en nuestra Semana Santa es indiscutible. Si bien no se deben tratar como un factor protagonista, no cabe duda de que los acompañamientos musicales suponen un engranaje crucial para el discurrir de las procesiones y para dotar de un carácter determinado al caminar de los titulares.
Previo al inicio de la pandemia de Covid-19, las formaciones musicales se encontraban viviendo una época de esplendor. La movilidad por la geografía andaluza e, inclusive, también fuera de ella, permitía conocer una gran variedad de composiciones musicales nuevas, así como una gran cantidad de estilos y géneros musicales, muestra fehaciente de la riqueza musical y humana que es digna de hacernos sentir orgullosos, porque la música no tiene fronteras. Además, la asiduidad de las salidas procesionales, no quedando sujetas únicamente a las fechas marcadas por la Semana Santa, promovía la difusión de la cultura musical y brindaba oportunidades a grandes y pequeñas porque, sí, señores, por desgracia siempre ha habido y habrá bandas de primera y segunda.
Esta época dorada se vio truncada, arrebatada sin un margen mínimo de reacción, tras irrumpir la pandemia en nuestras vidas. Todas y cada una de las formaciones musicales, compuestas en su mayoría por jóvenes y adultos aficionados a la música, tuvieron que cesar su actividad de forma inmediata, a escasas semanas de celebrar nuestra Semana Santa.
Múltiples escenarios se presentaron, muchas situaciones frustrantes y compartidas por muchas formaciones musicales que, en ese momento y aunque a día de hoy parezca que ya no lo recuerdan, se unieron más que nunca en busca del bien común y de la valoración al sector musical.
Por un lado, se daba el caso de formaciones musicales acogidas en el seno de una Hermandad con poder y que, por tanto, tenían suficientes herramientas administrativas y económicas para reaccionar con solvencia ante cualquier cese musical. Por otro lado, formaciones musicales medias que, tras desarrollar una buena gestión administrativa y económica interna, pudieron dosificar sus fondos para sobrevivir a duras penas durante los dos años de idas y venidas constantes. Finalmente, nos encontramos ante el caso triste y desafortunado de las formaciones musicales que, ante la falta de apoyo económico, la merma de su número de componentes y la dura situación atravesada durante estos años, se vieron destinadas a la extinción completa o parcial.
Y ahora, ¿qué? – Esa fue la pregunta clave durante todo el proceso. El apoyo de las Hermandades y Cofradías fue determinante durante este periodo y todavía lo sigue siendo a día de hoy. Las bandas habían trabajado durante todo un año para una Semana Santa de 2020 que no llegó, de igual forma que ocurrió con la Semana Santa de 2021, prácticamente inexistente. El desembolso económico en uniformes, instrumentos, profesorado, mantenimiento, así como en transporte y víveres estaba hecho. ¿Quién podría afrontar su actividad sin el mayor ingreso económico del año? ¿Cómo aguantar dos años consecutivos sin grandes ingresos económicos? Si las diversas corporaciones no abonaron, aunque sea parcialmente, una cuantía económica, las bandas estaban destinadas a su desaparición porque, señores, recuerden que el importe de la salida procesional no representa únicamente las horas de desfile, la cantidad simbólica a abonar, y digo simbólica pues no representa la inversión de tiempo y material de los músicos, es reflejo de todo un año de arduo y desinteresado trabajo.
Si este golpe de realidad fue duro, no quieran ustedes saber la cruda realidad tras el mercado de bandas actual – convertido en un “sálvese quién pueda” donde formaciones musicales y hermandades son las principales responsables y culpables de la situación generada.
Tras el regreso de las procesiones, los acompañamientos se han vuelto una verdadera casa de apuestas, una absoluta puja al menor, que no mejor, postor. Muchas formaciones musicales de la geografía andaluza se han propuesto tocar en las diversas efemérides y procesiones ordinarias, sea al precio que sea. Esto implica que, en muchos de los casos, las formaciones musicales efectúen un acompañamiento por valor cero, dado que la Cofradía o Hermandad paga únicamente transporte y víveres o, incluso, como si de un mercado se tratase, realizando ofertas y “jugadas magistrales” en las que no veo oportuno entrar ahora. Y yo les pregunto, ¿resulta esto ético? ¿Quiénes son los principales culpables en esta situación actual? ¿Hay forma de regular esta práctica?
Todas estas preguntas me llevan hacia un único frente, especialmente dirigido a las formaciones musicales: ¿Todo vale por conseguir un contrato musical? Parece ser que sí, y permítanme que les ponga un claro ejemplo a vivenciar en los próximos meses en nuestra Andalucía querida.
Nuestras ciudades están celebrando sendas efemérides multitudinarias, procesiones magnas que van a congregar a gran parte de los cofrades del resto de la geografía y, cómo no, van a suponer un gran escaparate para la música cofrade. Cualquier músico querría formar parte de tal acontecimiento, pero, ¿a qué precio? No son pocos los casos de formaciones musicales que, ante su ansiado deseo de formar parte de estos eventos, rebajan su caché hasta en un 75% y es ahí donde, sin quererlo, pero queriendo, comienza una larga y dura guerra musical.
Lo que queda claro es que las Cofradías y Hermandades siempre van a tener muy presente su economía, aunque a veces en exceso y, por tanto, si hay formaciones musicales que ofrecen realizar su acompañamiento musical a un coste inferior, van a tomarlo. Ahora bien, ¿estamos teniendo en cuenta la calidad? ¿El dinero todo lo puede en todas las situaciones existentes? Y, para más inri, ¿Dónde queda el miramiento hacia el músico o el amor propio de cada formación musical cuando regala su trabajo para poder participar en este tipo de eventos a coste cero? Juzguen ustedes mismos, pero nada más lejos de la realidad.
Vuelvo a reiterarme en que las grandes, aquellas formaciones de renombre y de ‘primer nivel’, siguen y seguirán teniendo más fácil el recorrido en esta carrera de obstáculos que supone la contratación, aunque no se crean que han mantenido su caché económico en todos los casos. Sin embargo, ¿Qué ocurre con las formaciones musicales de inferior status (que no nivel en muchos de los casos)?
Me gustaría recordar, especialmente a los directivos de las formaciones musicales, a los músicos integrantes de las mismas, y a los miembros de Junta de Gobierno de Cofradías y Hermandades que las bandas, antes que una entidad, son personas. Padres e hijos de familia, estudiantes, trabajadores, hombres y mujeres que invierten una cantidad de horas excesivamente alta para alcanzar un nivel y rendimiento musical, personas que anteponen sus ensayos a otro tipo de eventos, personas que durante cuaresma y Semana Santa comparten más horas con sus compañeros de banda que con sus familiares en su casa. Personas, humanas, con sus límites físicos y mentales pero que, ante todo, tienen una gran pasión por la música y una gran devoción por lo que hacen.
Señores, si desde las formaciones musicales no se promueve un mercado justo donde se valore todo el esfuerzo e inversiones realizadas, ¿Quién va a valorarnos? Todo sería muy diferente si las distintas bandas pudiesen competir en igualdad de condiciones y, ahí sí, serían las corporaciones las que pudiesen elegir en cuestión de preferencias musicales, estilos, nivel y otros aspectos más concretos. De no ser así, ¿Quién paga entonces el trabajo de cientos de músicos que invierten su tiempo y sabiduría en la actividad musical? ¿Cómo se sustenta la inversión en profesorado e instrumentos para la ejecución de un buen acompañamiento musical? Y, sobre todo, ¿Quién valora lo suficiente el trabajo desinteresado que hay tras la figura del músico? Ahora, pregúntense: Músicos, ¿a qué precio?