Nuestra Señora de la Soledad, 2021.

Con la muerte de Cristo vinieron la calma y el silencio

El Viernes Santo siempre trajo consigo un respeto imperial con el que no ha podido ni este año tan atípico. Desde el barrio de la Victoria hasta el Hospital Noble pasando por la Trinidad y el Molinillo, los cofrades pudieron ser partícipes de la antesala de la Resurrección.

Como nunca y, a la vez, como casi siempre; en una lucha que mantuvieron las nubes y el sol para ver quién presidía sobre Málaga; y con una disposición de los Sagrados Titulares hasta ahora casi desconocida, el Viernes Santo vino para devolverle a la ciudad esa ansiada calma que necesitaba para asumir y celebrar la muerte de Cristo. Una muerte que vino para salvarnos.

Ya se acariciaba el final, se intuía en el ambiente. Los corazones latían más despacio, los pasos habían ralentizado el ritmo de todo el bullicio y el silencio en las capillas era más profundo en comparación a lo que se había vivido con anterioridad, un silencio que daba pie a la reflexión en torno a las cofradías.

Quizás, la nota sobresaliente se situó en la ermita del barrio de la Victoria. Ante la innovación que conllevaba la ausencia de procesiones, Málaga ha sido testigo de imágenes imborrables y el culto de Monte Calvario es una de ellas: la figura de Santa María del Monte Calvario a los pies de su hijo fallecido, el Santísimo Cristo Yacente de la Paz y la Unidad, junto a todo el Misterio de su Sagrada Mortaja. Admirando desde el lateral se encontraba Fe y Consuelo para ser parte de un recuerdo que ejemplificaba el dolor de la muerte del Señor.

Lejos de allí, al otro lado de la ciudad, la interpretación de marchas como “La sangre y la gloria” y “El amor crucificado” dieron muestra del dolor que suponían las lágrimas de María Santísima de las Angustias en la capilla del Hospital Noble. Mientras tanto, el grupo escultórico también acompañaba el descendimiento de Jesús en la cruz.

Como eje central de todo mal, superior a cualquier fuerza e imponente en la adversidad, el Santísimo Cristo de la Redención. Con apariencia frágil, con la mirada dolida y con el corazón de una madre que sufre, la Virgen de los Dolores en la iglesia de San Juan. Una estampa que, aunque pueda ser más habitual, siempre sobrecoge el alma de aquella persona valiente capaz de mirar las heridas del Señor.

El Santuario de la Victoria esperaba expectante un momento del que ya había sido testigo. Allí, durante la mañana del Viernes Santo, la Banda de Música del Maestro Eloy García de la Archicofradía de la Expiración rememoró a todos los presentes el movimiento de palio de una Virgen de la Caridad expuesta en el Santuario junto a los arbotantes y la mesura del avance del Santísimo Cristo del Amor, situado entre la luz y la oscuridad que hacía recordar a las tinieblas.

El hilo musical de este atípico Viernes Santo lo cerraron la Banda de Música Trinidad Sinfónica y la Banda de Cornetas y Tambores de Nuestro Padre Jesús Cautivo en la terraza de la casa hermandad del Santo Traslado. Desde atrás, con el sonido de fondo de las notas de “Alma de la Trinidad”, Nuestra Señora de la Soledad contemplaba el Santo Traslado de Cristo en la iglesia de San Pablo.

Quedaban pocas fases en este silencio tenebroso que se vivió durante el Viernes Santo y una de ellas consistía en observar cómo una mujer que pierde a su hijo es capaz de sacar fuerzas para sostenerlo en sus brazos. Cuando parece que todo cambia, que nada permanece y que todo se va, siempre queda la imagen de la Virgen María. En esta ocasión, la Piedad.

Toda la explosión de sentimientos desembocó en su cuerpo yacente, en la mirada perdida de Nuestra Señora de la Soledad, en la llama de la vela que otorgaba algo de luz a la oscuridad en la capilla Santa Ana del Císter. Cuando todo estaba transcurriendo, mientras la gente iba y venía, cuando todo era movimiento y desorden, solo quedaba el silencio y él: el Santo Sepulcro. Y como imagen a la que agarrarse cuando todo va mal, Servitas.

Parecía que se iba a acabar el mundo sin que hubiera procesiones durante la Semana Santa, se creía que todo iba a derrumbarse. Pensábamos que solo existía lo hasta ahora conocido como tradicional. Y qué cambio. La ciudad sigue en pie, los cofrades han salido a la calle y los titulares siempre han estado acompañados.

La Pasión y Muerte de Cristo durante este 2021 nos ha enseñado a mirar los ojos, a hablar con el corazón hacia las imágenes y a orar en el silencio de un templo. Nos ha cambiado la vida y cuánto lo necesitábamos. Primero lo interno para que después venga lo externo.

Ahora solo queda el final y qué final: el regalo de la Resurrección.

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