En la oscuridad de la noche, Málaga empezó a despertar de un sueño demasiado largo
Las 13 imágenes que conforman la exposición ‘El Verbo Encarnado’ reciben el calor y el fervor de los cofrades durante sus traslados a la Catedral.
Para algunos, el reloj hoy ha sonado demasiado temprano para ser domingo. Sin embargo, para otros el despertador no ha llegado siquiera a sonar. Los nervios y las ganas podían más que el sueño, y cuando la madrugada empezaba a reinar en el horizonte, ya eran varias las personas que guardaban un hueco a los pies de La Manquita.
No importaba que las horas fuesen tan intempestivas, que las imágenes fuesen llevadas en pequeñas andas o que el acompañamiento musical se limitase a las oraciones y al arrastre de los zapatos de los pocos portadores que sobre sus hombros cargaban mucho más que a sus titulares. Nada iba a impedir que los malagueños respondiesen a una cita que llevaban tanto tiempo esperando y que les hacía recordar a momentos de un pasado no tan lejano.
Porque los cofrades necesitaban el culto externo. Necesitaban sentir la emoción que nace de dentro cuando la cruz guía aparece frente a ellos. Necesitaban ver a las imágenes cara a cara, sin una reja de por medio. Necesitaban saborear esa libertad de la que otros disfrutaban, pero que parecía que los cofrades no merecían. Y con cautela, precaución y, por supuesto, el buen hacer de las hermandades participantes, los cofrades acudieron a su esperada y ansiada cita.
Sentimientos encontrados en San Agustín
En la oscuridad de la noche, Málaga empezó a despertar de un sueño demasiado largo. Una somnolencia que en ocasiones parecía ser más una pesadilla, pero de la que poco a poco hemos ido desvelándonos. Con la luz de la luna como única iluminación, Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón abría las puertas de la S.I.C.B. de manera puntual. Tras él, la Reina de los Cielos, Nuestro Padre Jesús Nazareno de Viñeros y el Señor de la Agonía compartían protagonismo junto al silencio que reinaba en la calle San Agustín. Porque los cofrades también sabemos comportarnos.
Mientras los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar, las imágenes de Nuestra Señora de la Piedad, Nuestra Señora de los Dolores y el Santísimo Cristo del Amor encaraban un Patio de los Naranjos donde, durante unos pocos minutos, fue Viernes Santo. Tras ellos, entre aplausos y perfumes de azahar, María Santísima del Rocío Coronada hizo que todo lo que llevábamos reservado durante más de un año y medio, saliese reiteradas veces en forma de «¡Viva la Novia de Málaga!» Demasiados meses en silencio como para seguir manteniéndolo guardado.
Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y Jesús Nazareno Redentor del Mundo. Jueves y Miércoles Santo. Perchel y Las Delicias. Dos barrios cofrades que se hicieron uno a los pies de la Catedral de la Encarnación pocos minutos antes de que el reloj marcase las ocho en punto de la mañana. Los aplausos no cesaban, tampoco los piropos que, en forma de leves susurros, los devotos lanzaban a las imágenes.
El broche final de esta vespertina mañana lo ponían el Santísimo Cristo de los Milagros, Nuestra Señora de la Soledad y Nuestro Padre Jesús Cautivo. La talla del Señor de la túnica blanca sacó las últimas emociones que aún permanecían dentro de los devotos y cofrades, y que viajaron desde el barrio de la Trinidad hasta el interior de las naves catedralicias. Tras él también caminó una numerosa promesa que, sin ser Sábado de Pasión o Lunes Santo, nunca lo abandona.
Del mismo modo que los cofrades malagueños tampoco renuncian de sus pasiones, sus devociones y sus hermandades. Porque no importan las horas, las circunstancias ni las dificultades que puedan encontrarse por el camino. No hemos vuelto, simplemente porque nunca nos hemos ido.