Y Málaga se hizo más templo que nunca
El Jueves Santo siempre ha sido, es y será muy perchelero. De eso no cabe la menor duda. Aun así, también es de San Felipe, Carretería y San Juan. Sobre todo en esta primavera tan atípica, pero especial, que el 2021 nos ha brindado.
Este año, la tradicional salida de la Hermandad de la Cena fue sustituida por una bella estampa de ambos titulares en su capilla de Santo Domingo. De nuevo, con acento perchelero como era de costumbre en antaño. Las mecidas acompasadas fueron reemplazadas por miles de flores, rezos en silencio y sonrisas ocultas tras las mascarillas.
Ella, la Virgen de la Paz, lucía de blanco, y portaba la llave del sagrario como Madre del Señor de la Cena. En primera línea y con la cara llena de lágrimas, parecía que pretendiese impedir el final de su hijo de la Cena. Un final que, aunque aún no sea presente, ella como madre sabe y presiente que se acerca. Tras la protección de la Reina de Puerta Nueva, Jesús miraba al cielo rodeado de sus apóstoles, con un brillo especial en los ojos y un suspiro entre los labios. Pero qué os voy a contar yo de la obra de Duarte.
En la capilla de al lado, el Señor de la Buena Muerte y la Virgen de la Soledad derrochaban elegancia en estado puro. Él, por ser el novio de la muerte, y ella, por ser reina de los mares. No importa que nos encontremos ante una pandemia Hay cosas que nuca cambian. Como por ejemplo, el fervor de todos sus hermanos y devotos.
Una cola multitudinaria de personas inundaba los alrededores de la Iglesia. El ambiente era de Jueves Santo, de eso no me cabe la menor duda. La banda de la Soledad tocó a las 19:00 de la tarde, lo que dio lugar a un momento aún más melancólico.
A la vuelta de la esquina, nunca mejor dicho, la Esperanza majestuosa de Málaga se reencontró con su pueblo desprendiendo aromas a romero, tal y como hace siempre que pasa por delante. Sus ojos son clara muestra de entereza y valentía. Ella mira al frente ante la mayor de las adversidades, y de esta manera, nos enseña la manera de afrontar los problemas de la vida. Con esperanza, siempre con ella, porque es lo último que se pierde.
Tras el largo manto de la Señora, el dulce Nazareno bendice a todo el que pasa. Sobre un monte de espinas y claveles, intenta caminar con una Cruz, que aun siendo también nuestra, lleva hasta el final del Gólgota. Qué protección tan grande la que su madre parece que le esté dando. Entre su hijo y la muerte allí está ella, eterna, como el verde en el romero.
En el Perchel profundo Jesús de la Misericordia cae ante el peso de la Cruz. El chiquito fue multitudinariamente acogido, como cada Jueves Santo. Aunque esta vez, fuera Málaga la que se pasara a verlo a él. La Reina de la Plata intentaba levantarlo con el Gran Poder de su mirada, malacitana allá donde las haya.
Los medios de comunicación no podían dejar de comentar la estampa. Algo tan especial debía ser llevado a todo el pueblo. Sobre todo, a los enfermos, mayores, o personas que por culpa de la pandemia no pudieran ir a verla con sus propios ojos. Qué importante es eso, ¿verdad?. Qué milagro el de llevar la magia del Chiquito y de su madre a cualquier rincón que necesiten de ellos.
En la calle de los sueños, allí donde una acera es Perchel y la otra Trinidad, se encontraba la rosa del bandolero. Suplicaba al cielo, como cada año, por el Señor de los Milagros, que a su lado, agonizaba lentamente. La gente esperó horas y horas para ver a ambos titulares, y para rezar a la Virgen de la Amargura en su peculiar y preciosa capilla, tal y como hiciera el bandolero.
Quizás las morilleras no sonaran con el sonido de los ángeles, ni los lirios morados del trono del señor lucieran en la calle. Pero volvió a ser un Jueves Santo de leyenda, y eso no nos lo quita nadie.
En Carretería, la banda de San Lorenzo Mártir devolvió la ilusión a todos los hermanos y visitantes. Sus sones propiciaron sentimientos y recuerdos propios del tradicional Jueves Santo. Aunque al acabar la marcha se volviera a la realidad, al menos se pudo soñar por unos minutos. El Nazareno de Viñeros portaba la Cruz como cada primavera, y junto a su madre del Traspaso y la Soledad, recibió cada piropo que Málaga quiso ofrecerle.
El viento no movió este año la sábana bendita a la que le reza la Virgen de Santa Cruz, Nuestra Señora de los Dolores en su Amparo y Misericordia, pero acogió entre sus brazos a todo el que humildemente con una inclinación de cabeza la saludó. A los pies de un crucificado, el Cristo de la Victoria, rezaba entre rosarios y corona de espinas las plegarias de siempre.
Por último, en San Juan la parte más fúnebre de Fusionadas se hizo latente en el Señor de la Vera Cruz, que un año más moría en el madero del altar mayor de la Iglesia. Serenidad, elegancia y respeto podrían ser las palabras que lo definiesen.