La esquina del encuentro prometido
Había dejado atrás el olor a palma. Había dejado atrás suspiros emocionados. Había dejado atrás tantos momentos que ahora solo sentía la necesidad de recorrer el camino que le llevara a su hogar. Sin embargo, tan evidente era el cansancio que expresaba su rostro como lo era también la obligación interna que le impulsó a despedirse de quien había sido su casa durante todo el día. Cada año repetía el mismo proceso casi de forma automática, casi de forma mecánica, como si una emoción que llevase dentro le condujera al mismo lugar y a la misma esquina de siempre. Como un reloj. El instinto o el corazón.
Había visto muchos rostros, pero cuando la vio acercarse sabía que nada de lo que había vivido era comparable a lo que estaba sintiendo en ese preciso momento. La había visto salir de San Pablo cuando el sol aún imperaba, había observado cómo subía la rampa para alcanzar la puerta de la Catedral e incluso había vuelto a apreciar lo que era el discurrir del trono por calle Nueva. Pero nada de esto era comparable con lo que le estaba naciendo dentro. Este era su lugar, esta era su calle y este era su tradicional adiós a su siempre querida Virgen de la Salud.
La vio levantarse y se le agitó el corazón como pocas veces había sentido. Las barras de palio comenzaron a desplazarse con firmeza de un lado a otro, las velas seguían completamente encendidas y el trono inició su camino en la calle. Bastaron muy pocos segundos para que la sonrisa le diera la vuelta a la cara, bastaron unos compases para que el público concentrado en la Casa Hermandad de la Salud comenzara a aplaudir. Bastó muy poco para que el tiempo se parara: la Virgen había llegado definitivamente al barrio, la Salud estaba en calle Trinidad.
Ya se presentía el final. El día había sido muy largo. La ciudad de Málaga había podido disfrutar de momentos como el paso de la Virgen de la Salud por la Tribuna Oficial a los sones de “Salud de la Trinidad». También había quedado en el recuerdo la subida de la rampa de la Catedral con la marcha “Pasa la Virgen Macarena” para hacer Estación de Penitencia. O también la siempre esperada entrada a calle Nueva, en esta ocasión al compás de “Siempre Macarena”, y con la Banda de Música de Nuestra Señora de la Paz interpretando “María Santísima de la O” en la Plaza de Félix Sáenz.
Mientras tanto, estaba lloviendo, pero como a los malagueños les gusta que llueva. La banda emitía las notas de “Esperanza de Triana Coronada”, se escuchaba el crujir de un trono que se había asentado en la calle con una lluvia de pétalos que acompañaba a las cornetas. Hacia delante y hacia atrás, como quien quiere quedarse toda la vida a vivir en ese preciso instante, como quien sabe que hasta que las puertas de la iglesia de San Pablo no vuelvan a abrirse nada será igual.
Los pétalos siguieron cayendo para dar paso a una marcha que anunciaba la continuación de un trono que marchaba hacia delante: “Pureza Marinera”. Ahora sí estaba llegando el final. La madrugada avisaba de la despedida. Desde la esquina ya solo se divisaba un manto que hacía el intento de seguir hacia delante. Desde el inicio de la procesión un trono que con ligereza marchaba sin dudar y en él la salud de María.
Aún quedaban algunas calles, la noche del Domingo de Ramos estaba llegando a su fin. Detrás quedaron inusuales estampas en la Catedral y el descubrimiento de nuevas calles. Atrás se dejaron todos los pasos que llevaron casi de forma automática, casi de forma mecánica hacia a la esquina del encuentro prometido.
Mírenla, ya sea por instinto o por corazón, siempre está la Virgen de la Salud.