Un sueño perpetuo

La Hermandad del Santo Sepulcro tomó el pulso de una ciudad a la que adormeció a su paso

El último atardecer con procesiones en la calle de la Semana Santa del reencuentro estaba teniendo lugar en uno de los escenarios naturales más completo de la ciudad. El Teatro Romano y la Alcazaba fueron testigos directos de los primeros pasos de unos nazarenos negros enlutados que buscaban una Plaza de la Merced abarrotada de público. El júbilo que inundaba las calles en las jornadas anteriores se contuvo por unos minutos. Cristo, yacente, posaba la mano derecha sobre su cuerpo inerte, mientras que la izquierda rozaba el frío mármol. El exorno floral era inexistente, aunque tampoco hacía falta. Los pájaros tuvieron la osadía de cantar mientras que la Banda Municipal de Música ya interpretaba la ‘Marcha Fúnebre’ de Chopin.

Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro.

El cielo seguía oscureciéndose y las cuatro hachetas del magnífico trono de Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro cobraban mayor fuerza y protagonismo. El Señor envolvió a Málaga en un perpetuo sueño, en el que parecía que el tiempo se había detenido desde un lejano ya Viernes Santo de 2019. El trono realizó lentamente la maniobra para subir calle Alcazabilla, y ya la ciudad pudo contemplar a pie de calle los pies sangrientos que sobresalían por la parte delantera del trono.

Con la perfección por la que se caracteriza el andar de este cortejo procesional, los hermanos continuaron firmes en los primeros minutos acompañando a sus Sagrados Titulares cuando, de repente, ya en la noche cerrada del viernes más solemne del año, se hizo la luz para alumbrar a María y aliviar así su Soledad. Un tambor ronco acompañó al característico sonido de las bambalinas del palio de cajón de malla de Nuestra Señora de la Soledad. Los arbotantes ya sentían la brisa marinera de la ‘Ciudad del paraíso’ en la que quedaron impregnados unos versos de Vicente Aleixandre. En este sueño primaveral se coló la melodía del maestro Artola. Con la interpretación de la marcha ‘Soledad’, por parte de la Banda de Música de la Archicofradía del Paso y la Esperanza, la Madre desconsolada iniciaba su procesión queriendo recortar metros y disminuirla distancia que le separaba de ese Santo Sepulcro.

Nuestra Señora de la Soledad.

Fue un sueño sin sobresaltos y lineal. Un sueño con olor a calas, rosas, fresias, hipericum, eringium, flor de cera y Boris Becker combinado con un dulce incienso. Un sueño en el que la Soledad de María fue más bella que nunca. Sus lágrimas se enmarcaron sobre un tocado de velo de novia francés del siglo XIX en tul de seda, junto a encajes de plata con motivos modernistas. Sobre su pecho, un puñal de plata de ley dorada con marfiles y brillantes, la Cruz de la Orden del Santo Sepulcro traída de Jerusalén, y la medalla de la ciudad de Málaga, que entiende la Soledad de María cada Viernes Santo con la dulzura de una Virgen despojada de corona, y que en su lugar cuenta con una ráfaga de plata de ley dorada con marfiles y brillantes.

En silencio continuaba su discurrir Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro, el alumbrado artificial de las calles iba imprimiendo diferentes sombras en ese trono que parece elevar al Señor hasta las estrellas que lo arroparon. Despojado de sábana, al igual que ocurriese en la procesión magna ‘Camino de la gloria’ del pasado mes de octubre, por el centenario fundacional de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga, sobrecogió la Sagrada Imagen por su sencillez y su fuerza. La luna se coló en el palio de Nuestra Señora de la Soledad, cuando quiso avanzar a mayor ritmo con ‘Alma de la Trinidad’ por la Plaza de la Merced. Si algo ha evolucionado a lo largo de los últimos años en nuestra Semana Santa es la cruceta musical de cada formación que acompaña a los Sagrados Titulares. Sin duda, la que ofreció en este 2022 la Banda de Música tras la Virgen de la Soledad fue exquisita, oportuna, trabajada y de calidad.

Cabeza de varal del trono de la Virgen de la Soledad.

La contundencia de los tambores roncos, que iban en la cabeza de procesión, anunciaba por el Recorrido Oficial que llegaba ese momento. Ese instante en el que el sueño parecía triste y aletargado, pero del que todos conocemos el final, incluso los nazarenos que precedían al Señor con sus cirios rojos, o los portadores que soportaban sobre sus hombros el peso del catafalco sobre el que dormía la vida misma. Un sueño que algunos preferían presenciar por las calles aledañas, donde el sonido de la música fúnebre casi era imperceptible, donde el pisar de los malagueños que se dirigían a otros puntos de la ciudad para presenciar los últimos encierros eran el acompañamiento musical a la mecida lenta de Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro. Fue ahí, desde la distancia, donde se pudo contemplar su rostro sobre el túmulo itinerante. Cuánta paz se puede sentir al ver un año más la cara de la propia muerte, cuántas preguntas se suceden hasta que vuelve a llegar la respuesta en forma de bordados en su saya y manto de color negro. La noche seguía acumulando tic tacs en los relojes, y la hora del despertar de ese sueño iba llegando, aunque los que sienten ese sueño como propio, y encuentran en ese Santo Sepulcro y en la Virgen de la Soledad ese perpetuo refugio, podrían seguir soñando con cómo acariciaban los árboles de la Alameda Principal el palio de su Madre.

Cabeza de varal del trono del Santo Sepulcro.

En la vuelta a casa se produce uno de esos puntos marcados en todo el itinerario cofrade de cualquier malagueño. El Patio de los Naranjos y ese tramo de la calle San Agustín que separa Duque de la Victoria de Císter estaba ya repleto de personas que esperan cada madrugada ya de Sábado Santo el paso del Santo Sepulcro por este enclave para finalizar sus particulares semanas de pasión en la calle y aguardar con paciencia la Resurrección. Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro a los pies de la torre de la Catedral bien podría ser una postal representativa de cada primavera, en el que la escena es exactamente la misma, pero en el que se sienten tantas cosas diferentes cada vez que se produce. Ya en calle Císter, una guitarra y un grito desgarrador, de la mano de Luis Santiago y Miguel Astorga, respectivamente, sirvieron de oración sonora para que Cristo ya culminara su procesión y durmiese en casa.

Pero el sueño deparaba aún una sorpresa, cuando ya todos esperaban los primeros compases de la clásica marcha ‘Reina de San Román’, al paso de Nuestra Señora de la Soledad por el Hospital Gálvez, sonaron unas melodías malagueñas, innovadoras y evocadoras. Manuel Marvizón tal vez ideó ‘Soledad, el amor por el amor’ para este preciso momento en el que el palio rozaba las fachadas, en el que la campana ya casi sonaba algo cascada y en el que las órdenes de los capataces ya se escuchaban con voces roncas. Pero la luz seguía fulgurante ante la Virgen de la Soledad, Ella parecía que pretendía despertarnos de ese sueño con el amor y el cariño que lo hace una madre. Con mucho mimo, el trono completó es doble curva que cortó la respiración, era el momento que tantos hijos de la Soledad estaban esperando. Eran esos escasos minutos de ruegos sinceros con la mirada alzada hacia su rostro, de ese penúltimo mensaje de ánimo que se produjo entre los varales para que la Señora llegase con la mayor dignidad a casa. Aún con el paso de los meses cuesta distinguir si ese instante fue verdaderamente un sueño o realidad.

Sección de nazarenos de la Virgen de la Soledad.

El perpetuo sueño de Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro espera en esa abadía, para en silencio acoger a los que pasan y se sientan junto a Ellos unos minutos. Quizás para sentir ese silencio exterior y escuchar al interior, quizás para aliviar la Soledad que se apoderó del corazón en algún momento, quizás por tradición familiar o por convicción. Lo cierto es que el Santo Sepulcro volvió a procesionar junto a la Madre de la Soledad, y ocurrió de forma bella y excelsa. Ahora muchos se aferran de forma perpetua en sus sueños a una nueva noche de Viernes Santo para volver a sentir que no hay mayor sueño que vivir de nuevo todas estas emociones que regresan por primavera.

Fotografías: Daniel Astorga.

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