Jueves Santo. 17:45 horas. Acógelo en tu reino…
Volvían a abrirse las puertas de la Casa Hermandad. El sol de la tarde de Jueves Santo, de nuevo, iluminaba el rostro del Nazareno de Viñeros y de su madre del Traspaso y Soledad de Viñeros.
Un año más, la Plaza de los Viñeros cobraba vida. Como si de una escena de película se tratase, el incienso envolvió la silueta del Nazareno de Viñeros, que parecía caminar. Fue en ese momento cuando, rompiendo el silencio, sonó el “golpe de aro” de mi banda, de mi familia, esta vez con más fuerza que nunca por volver a ser Cirineos del Señor de Carretería.
Tocaba echar la vista atrás para recordar. No solo pensaba en el año de esfuerzo y en las horas compartidas con mis amigos y compañeros, en los sacrificios y también en las alegrías que estas vivencias dejaron en mí. También pensé en los 13 años que llevo ligado a la música y al Nazareno y, sobre todo, pensé en aquellas personas que han formado, forman y formarán parte de mí.
Los sones de “Acógelo en tu Reino, Señor” recorrieron cada parte de mi cuerpo y erizaron mi piel. Fue imposible contener las lágrimas, fue imposible disimular el llanto provocado por tu ausencia. Es ahí cuando, sin darme cuenta, comprendí que siempre serás eterno y que nuestro recuerdo te mantendrá siempre vivo.
Porque nunca se sabe cuando llegará nuestro momento, porque nunca sabemos cuál será el devenir de nuestras vidas y el rumbo que tomaremos en un momento dado, pero lo que sí tenemos claro es que ÉL siempre nos acoge.
Señor de Carretería, ¡hágase tu voluntad!