Nuestra Señora de los Dolores, año 2019.

Silencio

  • ¿A qué hora hemos quedado?

  • Pronto. Picamos algo en el centro y nos vamos pa`l Calvario.

  • ¿Pero qué dices, si hace un rato que nos hemos acostado?

  • Venga va, que sabes que siempre quiero ver a mi hermano de nazareno.

  • Pero si podemos verlo de regreso.

  • ¡Que no! ¡que si no, no podemos verlas todas!. Ya sé que no te gustan las cofradías “tristes” del Viernes Santo, pero es que a mí me encantan.

  • Te confundes, y te voy a explicar por qué.

Santa María del Monte Calvario año 2019.

Para uno criado en Carretería, la Semana Santa era el momento donde adquirías la libertad para estar con tus amigos más allá del toque de queda habitual. De chaveas, nuestra particular Semana Santa prácticamente acababa cuando veías a la Esperanza de regreso. Conforme íbamos cumpliendo los años, este final se iba alargando hasta llegar al encierro, para después ir a desayunar churros con chocolate a Casa Aranda. Las Hermandades del Viernes Santo me interesaban poco, he de reconocerlo. El Sepulcro y Servitas se libraban, y si acaso la Piedad, porque de regreso del Conservatorio siempre me paraba en su capilla a darle las buenas tardes. Mención aparte merece el Santo Traslado, que esperábamos de camino a la Trinidad porque pasaba por Carretería a las tantas de la madrugada, y la excusa de ver a los romanos nos venía que ni pintado.

Con la llegada de la adolescencia, aquellas hermandades a las que nunca presté especial atención, empezaron a ser significativas. Amigos de los Olivos me acercaron a la Cofradía del Amor, y el recogimiento y la forma de procesionar de los Dolores de San Juan, el Descendimiento y el Monte Calvario hicieron crecer una curiosidad por conocerlas. Reconozco que con la madurez, como si del curso normal y natural de las cosas fuera, valoro y aprecio mucho más a estas hermandades de silencio.

Santísimo Cristo del Amor, año 2019.

El silencio en su doble vertiente sirve, por un lado, de antesala, de apertura al descubrimiento, a una revelación; y, por otro, cubre con sutil envoltura los grandes acontecimientos. En conjunto, el silencio está ligado a la mirada, es la forma natural en que se recibe y se asiste a un acontecimiento; un espectáculo al que se asiste con todos los sentidos dispuestos, pero sobre todo con la mirada. En Semana Santa, el espectador contempla el espectáculo: es a la vez parte del mismo y su testigo.

Reconozco ahora más que nunca que echo de menos el Viernes Santo y que confundir la tristeza con el silencio, el recogimiento o la intimidad fue, y no está de más reconocerlo, uno de los errores de mi juventud.

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