El color verde que todo lo cura

Lo último que ve un paciente justo antes de ser operado, es el color verde de las batas de los cirujanos.

Dicen que el verde evoca serenidad, armonía, paz. Además, es el color por excelencia de la primavera, de la juventud, y por supuesto, de la esperanza. Desde luego, no imagino mejor color para el escenario sanitario, y mucho más, en los tiempos que corren.

Algo semejante se siente al mirar el manto verde esmeralda de la Virgen de la sonrisa. El Domingo de Ramos es un día en que repentinamente todo se acelera. La gente camina apresurada en busca de las hermandades, y los hombres de trono y nazarenos, nerviosos, acuden a sus puestos para realizar la estación de penitencia. Un bullicio de gente se hace presente en todas y cada una de las calles de Málaga.

Virgen del Amparo durante su procesión del Domingo de Ramos.

Sin embargo, cuando ya has conseguido aparcar; que no es tarea fácil en Semana Santa, y has encontrado ese huequito de acera para ver la procesión en el que, no sabes si cabréis todos los que vais, pero lo intentáis; una marea de capirotes verdes surge ante ti. Los ecos del primer palio de la primavera empiezan a llegar a los oídos. La calle abarrotada recibe las humaredas de incienso mezcladas con el olor intenso del azahar, mientras aquella virgen, esa de la que ya sabes que estoy hablando, se para frente a ti.

Martillo en manos del capataz: tres toques de campana para levantar el trono. Con la misma ilusión que un niño, sus portadores llevan el varal al hombro. Suena «María Santísima del Amparo», y a paso pollinico conquista el corazón del malagueño. Baila la Virgen, que luce sonrisa y rosa de oro. Y cuando ya ha pasado, miras su manto.

Virgen del Amparo durante su procesión del Domingo de Ramos.

La música sigue sonando, ves de reojo como algunos aplauden, otros hacen fotos o sacan el itinerario para buscar la siguiente procesión. Pero tú, aunque sea por unos segundos, miras el manto verde de la Virgen. Como si te transportara a otro mundo, como si todo se parara. Sus bambalinas juegan con las barras de palio, y sus bordados sueñan con ser arbotantes. Por un momento, y tras la aceleración que lleva consigo el Domingo de Ramos, sientes serenidad, armonía, paz.

No imagino mejor cuna, que el manto de nuestra Amparo. Allí siempre es primavera, y qué mejor, que ver su verde esmeralda antes de cerrar los ojos y volver a soñar.

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