La sencillez de las vísperas un nuevo Viernes de Dolores

Salía el sol de nuevo en la mañana del Viernes de Dolores. La jornada de vísperas por excelencia volvía a marcar el inicio de lo que estaba por venir…

La ilusión del cofrade se encontraba desbordada; era Viernes de Dolores, pero no uno cualquiera, sino el Viernes de Dolores que pasaría a la historia por permitirnos contemplar estampas inéditas en cada uno de las sedes de las Asociaciones, Grupos Parroquiales, Cofradías y Hermandades que tradicionalmente recorren las calles de su barrio este día.

La jornada comenzaba de forma simultánea en distintos puntos de la ciudad. Así pues, la Cofradía de Medinaceli, desde el barrio de Martiricos, y la Hermandad de la Esclavitud Dolorosa, desde el corazón de la ciudad, abrían las puertas de sus templos a las 10:00h de la mañana para recibir la visita de los hermanos, fieles y devotos que quisieran acudir a la Solemne Veneración de los Sagrados Titulares.

La primera de las mencionadas, la Cofradía de Medinaceli, habría salido desde los aledaños de la Parroquia de Santo Tomás de Aquino a primera hora de la tarde. Este año los titulares se quedaron en su templo, sin embargo, cualquiera diría que no iban a procesionar, pues lucían con su mejor atavío esperando la visita de todos los devotos. Los alrededores de la Parroquia se llenarían en este día de peticiones y rezos. Esto era una señal y es que este año, lejos de pretender llegar hasta el S.I.C.B de la Encarnación, la corporación se quedaba en su sede, haciendo barrio juntos los suyos.

Los titulares se encontraban dispuestos en su altar, el cual se mostraba sencillo, sin ningún elemento añadido más que algunos cirios. Allí, Jesús de Medinaceli lucía simple pero elegante, con su túnica desplegada y con la corona de espinas y potencias de oro que generalmente porta en su procesión. A su lado, una Virgen de la Candelaria ataviada con saya bordada blanca y manto liso rojo, así como un tocado que alternaba tonos blancos de encaje y tela dorada y que contaba con una cruz, un broche y el puñal.  Remataban esta estética la corona, así como el fajín morado que lucía anudado en su cintura, en el cual se podía apreciar un broche con el nombre de “Candelaria”, advocación de la imagen.

Atrás quedaba Martiricos, donde Jesús de Medinaceli y la Virgen de la Candelaria se encontraban arropados por sus vecinos y, ahora, era el momento de acercarse a la Iglesia del Santo Cristo de la Salud, a contemplar la dulzura del rostro de Nuestra Señora de la Esclavitud Dolorosa, la cual se encontraba en veneración ininterrumpida desde el inicio de la mañana en conmemoración de los Dolores de María.

La dolorosa lucía soberbia, majestuosa, como siempre acostumbra. Su rostro se encontraba despejado, cubierto con encajes sueltos y un collar de perlas. Su atavío era elegante, completo de elementos pero sin llegar a ser cargado. El tono dorado de su saya y manto contrastaban con el brillo y relucir de la ráfaga, medialuna, corona y puñal, así como los clavos, los cuales eran en plata. Un conjunto de rosarios podía verse sobre sus manos, así como el fajín de militar que aportaba un toque de color. El culto se completaba con unos centros de flores de talco y algunas velas.

Lo cierto es que no faltaba una mirada hacia Nuestra Señora y los feligreses se congregaban desde bien temprano para acompañarla y rezar ante ella. Su presencia inundaba el templo al completo y, sin lugar a dudas, se convertía en una cita especial de esta jornada donde los dolores de maría estaban más presentes que nunca. La intimidad y el recogimiento se apoderaron del Santo Cristo, así lo presencié y así tenía que compartirlo.

Bien en coche o bien a través del transporte público, no importaba realmente el cómo, lo que estaba claro es que la cita del Viernes de Dolores en el Puerto de la Torre era ineludible. Allí aguardan cada año el Santísimo Cristo de Hermandad y Caridad y Nuestra Señora de los Dolores para recorrer las calles de su barrio, para demostrar su buen hacer, su elegancia, su presencia a la hora de procesionar. Este año y aunque se quedaron en el templo, el derroche de buen gusto fue indiscutible.

Nada más llegar, la presencia del nuevo palio de Nuestra Señora de los Dolores en su Casa Hermandad llamaba la atención. La corporación estaba de enhorabuena y es que había motivos para ello puesto que, por fin, y tras mucha lucha, en el momento en que se vuelva a salir a la calle, su dolorosa lo hará cobijada bajo este majestuoso palio. El negro lo inundaba todo, también los dorados de la saya y manto que la dolorosa estrenó años atrás. Un palio en el que se reflejaban las miradas de los presentes. Ese sería, sin duda, el culminado altar callejero de la Madre y Señora del Puerto de la Torre.

En lo que respecta al altar instalado en el templo, sobran las palabras. El portentoso crucificado de Hermandad y Caridad se situaba en el centro de la composición, sobre un monte donde los tonos verdes y morados resaltaban sobremanera. La dolorosa, impecablemente ataviada, se situaba a la izquierda y, a la derecha el discípulo amado.

Nuestra Señora de los Dolores lucía ataviada de negro. Era un negro liso, donde solamente se apreciaba dorado en la puntilla del manto y en la cinturilla. El tocado que lucía para la ocasión era muy sencillo, dejando su rostro al descubierto y permitiendo contemplar el corazón de siete puñales que llevaba en su pecho. Remataba el conjunto una ráfaga o diadema en plata. San Juan, por su parte, lucía en tonos morados y negros, acompañado a la dolorosa en esta triangulación. Sobran las palabras cuando uno se deja encandilar por el rostro de María y el buen gusto de esta corporación. Sin duda, un buen sabor de boca el que me dejaba este nuevo Viernes de Dolores.

Adentrándonos en la tarde, dos corporaciones de vísperas del Viernes de Dolores celebraban sus actos en la última parte del día. Así pues, primeramente, había que visitar a Nuestro Padre Jesús de la Salvación Despojado de sus Vestiduras y María Santísima de la Encarnación, quienes recibirían la visita de fieles y devotos desde su cercana capilla callejera de Dos Hermanas, lugar donde se dieron una infinidad de muestras de devoción.

Los sones de un tambor y la melodía de los instrumentos de viento y madera me fueron guiando hacia la capilla. Allí, sorprendentemente, un grupo de músicos devotos de la imagen se habían congregado para interpretar una serie de marchas ante ellos. Los devotos y hermanos de la Asociación no podían retirar la mirada de sus titulares con lágrimas en los ojos. Esa tarde habrían recorrido las calles de su barrio una vez más a sones de “Salvación”, sin embargo, se han quedado en su capilla a pie de calle para bendecirnos.

Ambos titulares lucían juntos en su capilla, escoltados por cirios y flores que alumbraban y ambientaban. El Señor se presentaba con su túnica blanca caída y estrenando un nuevo cíngulo dorado. Por su parte, la dolorosa lucía elegantemente ataviada tras su reciente restauración y reposición al culto.

Era la primera vez que María Santísima de la Encarnación presenciaba un Viernes de Dolores con su nueva estética. Lucía magníficamente ataviada, algo a resaltar, pues se ha producido una gran mejora en la forma en que se presenta a la Virgen María. En esta ocasión, la saya blanca y el manto de color característico en su procesión no faltaron. Estrenaba puñetas y rostrillo, y lucía su puñal, toca de sobremanto y corona dorada. Resulta imposible negar que la devoción y el cariño a los Sagrados Titulares se palpase en el ambiente pues, respetando las medidas, la cantidad de personas que allí se congregaron hicieron del encuentro algo muy íntimo y especial.

La intensa jornada llegaba a su fin. Era entonces momento de desplazarse hasta Churriana y poner el broche de oro. Era allí donde la Cofradía del Paso y Dolores celebraba misa de hermandad a las 19.00h, tras la veneración ininterrumpida durante todo el día. Este acto contó con la participación del quinteto de metales de la Banda Sinfónica “Virgen de la Trinidad”. Tras la finalización de la eucaristía, se procedió de forma muy emotiva al encendido de velas de Nuestra Señora de los Dolores, una tradición muy especial.

La dolorosa se presentaba majestuosa, sobre el cajillo de su trono y escoltada por dos faroles. La estética que presentaba sigue la línea a la que nos tiene acostumbrados la corporación, no dejando indiferente a nadie. Tras la Virgen María, un portentoso nazareno con la cruz a cuestas se alzaba, dispuesto bajo una especie de baldaquino. La profusa candelería que le rodeaba permitía ver unos destellos en su rostro, que daban cuenta del dolor expresado por la imagen.

Cabe mencionar que en la jornada del Viernes de Dolores, la Asociación Parroquial de Nuestra Señora de los Dolores celebró una misa en honor a su titular en el Santo Cristo de la Salud y, a su vez, el Grupo Parroquial de Nuestra Señora de los Dolores de la Pastora celebró un Vía-Crucis presidido por el Santísimo Cristo de las Lágrimas y Nuestra Señora de los Dolores. 

Sin lugar a dudas, la jornada se resume en recogimiento, sentimiento y fe. Muchos hermanos, fieles y devotos congregados en sus respectivos barrios alrededor de sus sagrados titulares, un sentimiento que para algunos parece nublarse en ocasiones y que, sin embargo, este año se ha hecho más palpable que nunca.

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