No te Rindas
¡No te rindas, cofrade! Todavía te puedo decir que volveremos a ver ese galeón maniobrar por Puerta Nueva. A esa Virgen de la Paz, que tanta falta nos hace, mecida por jabegotes hechos en la mar. Como un enamorado, el tiempo se me hace enorme en cada rincón a la espera de verte pasar. Pero en el momento que nuestras miradas se crucen, el tiempo se detendrá en torno al corazón.
¡No te rindas, María! ¡Ay, ojalá estuviera ahí contigo!, y que el silencio nos gritase desde el cielo, a la mecida del sudario de la Santa Cruz, que el frío de la noche más oscura se refleja en tu piel, y poder acompañarte en tu caminar doloroso.
¡No te rindas, hombre o mujer de trono! Casi lo siento, llevas dentro la esencia a barrio de pescadores, a salitre del Carmen, a libertad en el convento de San Andrés. El aroma de la cera tibia se mezcla con incienso que perfuma los Callejones de plata al regreso de la Cofradía, y se impregnan en tu túnica, y empujas con el alma para levantar al Nazareno que cae desolado.
¡No te rindas, pentagrama! Nunca sabrás dónde empezar ni terminar tu rezo melodioso, pero siempre conseguirás que el rozamiento suave y cálido de unas notas acaricien el cuerpo inerte del Cristo de la Vera Cruz.
¡No te rindas, Jesús! Tú, no. Si con resignación tomaste tu cruz de madera lisa camino del Calvario, hoy no te conformes y rebélate. ¿De qué color es la esperanza? Tengo clara su respuesta: del color que se ve a través de la dulce mirada del Nazareno del Paso. Esa debe ser nuestra Esperanza, y esa será nuestra Victoria.
¡No te rindas, Luna de Jueves Santo! Dicen los últimos versos de un poema de José Hierro […]Después de la amargura y después de la pena/ es cuando da la vida sus más bellos colores. Eres testigo excepcional de este tránsito. En tan solo una semana vivimos la cruenta pasión de Cristo y su gloriosa Resurrección, pero tú siempre decides mostrarte hermosa y plateada, en tu noche eterna y fría, en el cielo y a tu paso por calle Mármoles.
¡No te rindas, nazareno! Como el roce de la uva próxima a vendimiar, el tacto de las pequeñas cosas, las trascendentes y vitales, las imprescindibles se viven bajo el capirote de un nazareno. La estación de penitencia, contigo mismo, con tus temores y tus anhelos, tan necesaria y reconfortante para el alma, volverán y cuando la mirada la dirijas al que sobre trono de carrete se eleva majestuosamente, entenderás que todo tiene un sentido, y que has sido elegido para acompañarle e iluminar su camino.
¡No te rindas, Málaga! Hoy son mis recuerdos de Jueves Santo los que vienen a mi memoria. Reminiscencias a patio de Santo Domingo, al crujir del banco de madera de una iglesia a oscuras como el terciopelo negro. Remembranza a Salve marinera por la Alameda, a la elegancia más bella de una madre, y al bullicio de una calle que lleva horas esperándote. Es posible y mejor otro Jueves Santo, estoy seguro que sí, pero como dice la canción: Soy capaz de cualquier cosa, por volver a verte.