Carmen por cielo, tierra y mar
Las aguas volvieron a quedar bendecidas por la Virgen que surca el Mediterráneo
La fe es el ancla más puro y resistente que nos mantiene siempre firmes con los pies sobre la tierra. La Virgen del Carmen se mostró cara a cara con los malagueños en el interior de los templos cuando el reloj volvió a marcar el inicio de un siempre mágico 16 de julio. La sal del mar penetraba por los poros de unas pieles que en esta devoción carmelitana encuentran sus recuerdos más bellos, sus seres queridos, su refugio ante la tempestad de un mar que no siempre está en calma. Por todas ellas, la Virgen pisó la tierra. Las conversaciones de tú a Tú, verbales y no verbales, se sucedieron tras largas colas, silencios, estampas que rozaban su manto, abrazos, y alguna que otra ‘Salve Marinera’ susurrada que retumbó como un grito en el cielo.
Y por julio, la Estrella de los mares volvió a embarcar en las playas de Málaga. Sin restricciones, sin representaciones simbólicas, sin medias tintas. Por derecho propio adquirido. Las olas movían el escapulario que colgaba de su mano, y el brillo de su ráfaga dorada en Pedregalejo se fundió con los fajines rojos que anudaban las cinturas de los marengos que navegaban junto a su Señora de El Palo. Pura tradición que no perdió ni un ápice de autenticidad tras los años de pandemia. Pero la Virgen del Carmen también estaba presente en la tierra desde Campanillas hasta Guadalmar, pasando por la Colonia de Santa Inés, Olías y la Palmilla.
Llegó ese domingo en el que las puertas de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen se abrieron para que la Reina y Señora del mar se fundiera en un cálido encuentro con sus vecinos, los de toda la vida, los que se sienten percheleros aun estando a miles de kilómetros porque la vida los ha distanciado físicamente de esos Callejones del Perchel, pero sus corazones solo saben latir al ritmo de las olas de fervor hacia la Virgen del Carmen Coronada. El sol iba iluminando poco a poco la fachada del templo, y entre aplausos, la Virgen marinera buscaba el salitre del mar que endurece la piel. El fenómeno volvió a ocurrir: tras su manto blanco se produjo todo un maremoto de promesas, agradecimientos y reencuentros. Ella llamó a sus vecinos de toda la vida, a los que hoy la cuidan y permanecen a su vera y a la de su bendito Hijo, y a los que ya crecen sintiendo como suya esta devoción heredada.
Con la media luna a sus pies, las corrientes marinas volvieron a marcar el paso de la Virgen del Carmen. Las banderas ondeaban con fuerza cuando desde las profundidades marinas, la Virgen del Carmen de los Submarinistas recibió durante unas horas la luz del sol. Cielo, tierra y mar se concentraron en un mismo punto. Las lágrimas de sal, que brotaron de forma sincera, se enjugaron con la espuma del mar que ya estaba bendiciendo la Virgen de semblante tranquilo, la perla marina que iluminó un nuevo verano en Málaga y nos volvió a anclar los corazones al suyo.
Tras la procesión marítima, y los restos de sal presentes en el rostro, bien por el mar o por un llanto carmelita, la Virgen perchelera puso rumbo a la Santa Iglesia Catedral Basílica. La Banda de Música Nuestra Señora de la Paz de Málaga comenzó a encadenar marchas dedicadas a la Santísima Virgen. Con un repertorio propio avanzó despacio por el Puerto hacia el Patio de los Naranjos. Las horas del día continuaban pasando, aunque para algunos todo parecía un sueño estival. Y allí quedó, medio oculta entre los jardines del Sagrario. Sin hacer mucho ruido, sin demasiado protagonismo. Ella no lo necesita. Las horas de veneración en el interior de la Catedral dieron paso a los momentos más íntimos de la jornada carmelita. El silencio volvió a hacerse, como en aquella pasada noche de julio. Volvió a pisar tierra. La Virgen del Carmen perchelera fue de toda Málaga, y toda Málaga fue del Carmen.
El barrio de Huelin también estaba de fiesta. Las familias de humiles pescadores volvieron a alzar sus cañas el cielo, para desembocar en el mar, y recoger todas esas peticiones realizadas durante los años de pandemia en forma de agradecimientos. La Virgen del Carmen partió desde la Parroquia de San Patricio, y los pétalos de las flores volaron buscando la orilla de la playa. El derroche de amor y cariño a la Señora se puso de manifiesto en todos los vítores que no cesaban en cada esquina. Huelin no quiso guardarse nada en una ocasión tan especial. La Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús Nazareno ‘Los Moraos’ de Alhaurín de la Torre anunciaban que María, bajo la advocación del Carmen, paseaba ya triunfal por sus calles. Los peces dorados nadaban bajo sus arbotantes, la fuerza de los marengos resistió las altas temperaturas de las primeras horas de la tarde y las malagueñas, bailes y cantos tradicionales se sucedían ante la presencia de la Virgen. De nuevo, la autenticidad, la pureza y la tradición envolvieron la procesión gloriosa de Nuestra Señora del Carmen de Huelin, que fue acompañada magistralmente por los sones de la Banda de Música Nuestra Señora de la Soledad de la Congregación de Mena.
Al caer la tarde, justo en ese momento en el que la línea que marca el horizonte entre el cielo y el mar parece difuminada, la tierra clamó a Nuestra Señora del Carmen Coronada. Puntual, a las 20:00 horas, se plantó la cruz guía del cortejo en el Patio de los Naranjos de la Santa Iglesia Catedral. Sin embargo, un problema con una pata del nuevo trono obligó a dar marcha atrás para ya sí comenzar la procesión gloriosa de vuelta al barrio del Perchel 45 minutos más tarde. Así lo quiso la Virgen, llevaba tres años sin contemplar el interior del primer templo malacitano, y quiso estar en calma unos minutos más antes del oleaje de devoción que le esperaba por las calles de su ciudad.
“Salve, Estrella de los mares,
De los mares iris, de eterna ventura.
Salve, ¡Oh, Fénix de hermosura!
Madre del divino amor”.
Hasta las estrellas, que ya podían adivinarse en el firmamento, llegó el canto marinero con el que la Virgen del Carmen comenzó a procesionar sobre un trono que le aportó un mayor recogimiento y ensalzaba aún más su presencia. A los pocos metros, el arbotante trasero izquierdo presentó un movimiento más pronunciado que el resto, percance que fue solucionado de inmediato cuando uno de los archicofrades subió hasta esa nube carmelita para arreglarlo. Se completó así una salida algo accidentada que no perjudicó en nada el buen discurrir del cortejo durante la noche.
Pero la Gloria en Málaga no entiende de barrios, el amor a la Virgen María es infinito, y en la esquina de la calle Granada el azul y celeste que colorean cada mes de mayo los rincones de Segalerva, el Molinillo y Capuchinos, formaron la alfombra sobre la que la devoción carmelita de los mares se ancló con fuerza para repintar de marrón y blanco el sendero que ya trazó María Auxiliadora y que culminará, y a la misma vez empezará de nuevo, en septiembre con la Victoria de María. Los primeros acordes de ‘Hasta ti nuestro clamor’ levantaron aplausos mientras el cielo se cubría de aleluyas que se desparramaban hasta caer en manos de los malagueños que leían esas plegarias y oraciones dedicadas a la Virgen, fuese Carmen o Auxiliadora. Qué bonita es la unión de todos los corazones que de alguna manera aman a la bendita Madre, porque todo suma y en estos gestos de hermanamiento también está la Virgen. También llovió, y de qué manera. Los pétalos caían sobre la inmensa corona de Nuestra Señora del Carmen, la palillera sonaba como si la fuerza del mar chocara con las conchas marinas, los escapularios de plata chocaban entre sí, las campanas repicaron y la Virgen volvió a empapar las almas de amor y afecto.
De forma imperial y dulce, ya asomaba por el lateral de la Plaza de la Constitución, cuando la dulce melodía de ‘Málaga del Carmen’ sirvió como banda sonora para que la Señora del mar se adentrase en la calle Larios. Y es que, tal y como reza la letra de la marcha, la Virgen volvió a pasear su celestial presencia por esas calles. Ella fue la luz, el soñar, el norte, la paz y la calma en el pesar de los percheleros y de Málaga entera. La ciudad recuperó la última procesión que aún quedaba por revivir tras la pandemia en este curso. Ojalá la Patrona pueda hacerlo como bien merece en su fecha.
Solemne caminó la vecina más ilustre del barrio del Perchel por las últimas calles del centro antes de asomarse a la esquina de la Iglesia de Stella Maris para volver a cantar el himno que marca cada mes de julio en la capital. Muy acompañada regresó la Virgen a su barrio por el entorno del Soho y el Puente de la Misericordia, y aunque muchos escapularios se pasearon por la ciudad en la noche del 17 de julio, no está de más recordar que no se trata de un mero complemento en la vestimenta. Goza de su significado y debe utilizarse con cierto decoro y en el contexto adecuado, no se es más devoto ni se siente a la Virgen más cerca por pasear con el escapulario y hacerse ver con él, por respeto a Ella y a los propios archicofrades. Todo en su lugar.
Aún quedaban emociones, muchas. La calle Ancha del Carmen ya la esperaba con guirnaldas, luces de colores y vecinos (los pocos que quedan) apostados en los balcones. ‘Malacitana’. No había mejor melodía para que Nuestra Señora del Carmen Coronada enfilase su calle. Fuegos artificiales anunciaron que, en esa esquina, en la que muchas mujeres percheleras formaron y sacaron adelante a sus familias percheleras, volvía a estar Ella presente tras dos años de ausencia en las calles. La protección de la Virgen del Carmen se sintió en cielo, tierra y mar, y los pétalos volvieron a caer sobre su toca para fundirse con el exorno floral multicolor de su trono. “¡Guapa!”, “¡Viva la Virgen del Carmen!”, la música no cesaba, porque cuando las marchas y el trono se detenían fueron los malagueños los que le hablaban y rezaban, cada uno a su manera.
Calle Ancha se hizo estrecha al paso de la Virgen del Carmen, que fue testigo de una oración que tomó forma de mantón de manila. Nuestra Señora del Carmen estaba completamente parada en tierra, las manos de Antonio Merino se alzaban al cielo durante la interpretación de ‘Mi Amargura’, Málaga enmudeció y miró a ese cielo en el que las estrellas se colaban entre las luces de flores moradas y guirnaldas. Ese componente mágico del que goza todo este mundo cofrade volvió a sentirse. Fue cosa de la Virgen, que continuó avanzando entre más cánticos y aplausos, al tiempo que una gran ovación despidió a la Banda de Cornetas y Tambores del Carmen, que ofreció un sensacional recital por las calles en la cabeza de procesión. Sin matices.
Y ahí estaba ella. Quiso caminar delante de Nuestra Señora del Carmen Coronada unos minutos por su calle, mientras abrazaba, sonreía, aplaudía, vitoreaba y apretaba su puño en su corazón con fuerza. La sentía cerca, y por fin, al mirar al cielo veía a su Madre y a su mamá. Tres años después, y de un simple vistazo, suspiró de alivio porque comprendió que en cada paso que dé en su vida, estará la Virgen del Carmen con ella. El escapulario carmelita será siempre su eterno escudo protector, y el brillo que desprenden las cuentas de ese rosario conectarán su cielo estrellado con su vida en la tierra y el mar.
Eran casi las dos de la madrugada, y ahora no era el sol el que alumbraba la fachada del templo, sino la luz de los arbotantes que custodiaban el tesoro mariano y marinero más preciado del Perchel. Con mimo y cuidado se adentró de nuevo en su templo la Virgen del Carmen, que ya aguarda junto a la Misericordia del Señor y a su propio Gran Poder la culminación de un mes de julio que volvió con un esplendor único. Quizás pecó de falta de espontaneidad frente a zonas costeras más humildes que conservaron su pureza, pero no cabe duda de que la Archicofradía del Carmen continúa engrandeciéndose con el paso de los años, alcanzando una majestuosidad en la calle indiscutible. Por delante aún queda trabajo para culminar ese trono, que es cielo para que la Reina de los mares pise tierra, y mucho amor que seguir ofreciendo siempre cerca de la Virgen del Carmen. Porque una cosa quedó clara, y es que Málaga es del Carmen y el Carmen es de Málaga, y será por los siglos de los siglos.
Fotografías: Miguel Fernández, Adrián Jiménez de los Reyes y Noelia García.