Salve, victoria malagueña

Han pasado ya más de 500 años pero Málaga jamás ha abandonado a su patrona. Una Virgen cuyos orígenes se pierden en los albores del tiempo y para remontarnos a ello debemos acudir a una antigua tradición reflejada en las crónicas de la Orden de los monjes Mínimos.

En ella se cuenta que el emperador Maximiliano, Rey de Romanos y Archiduque de Austria, padre de Felipe I de España “El hermoso”, envió desde Flandes a los Reyes Católicos, cuando éstos estaban empeñados en el asedio de la ciudad de Málaga, entre otros presentes de valor, la imagen de la Sta. Virgen.

Los Reyes Católicos Don Fernando II de Aragón y Doña Isabel I de Castilla habían puesto sitio el año 1487 a la ciudad de Málaga, tenazmente defendida por los moros que la habitaban, una ciudad que venía a serla puerta de entrada en Granada, remate y anhelado fin de la Reconquista de España.

Cuentan las crónicas de la época que el Rey Don Fernando, contrariado por el asedio a Málaga, cierto día se fue nervioso a dormir, pues hacía mucho tiempo que no lograba conciliar el sueño, a su lado se situaba un pequeño Oratorio dónde recibía culto la imagen enviada por el Emperador. En su intranquilo semisueño le pareció ver moverse a la imagen, que iba cobrando movimiento y vida. A sus pies un anciano venerable pedía a la Viren el triunfo de las tropas cristianas.

Al amanecer del día siguiente, cuando el Rey contaba a sus cortesanos el sueño de la víspera, vieron acercarse al campamento a doce frailes de la recién fundada orden de los Mínimos, los cuales llevaban la misión, en nombre de su fundador San Francisco de Paula, de recabar de los Reyes licencia para fundar en los reinos de España monasterios de su orden. Y añadieron, verbalmente este encargo que proféticamente, al parecer, les había encomendado el santo que hicieran a los Reyes: “Que no tratasen de levantar el cerco de Málaga, porque dentro de tres días de su llegada había de ser Dios servido se les entregase la ciudad en sus manos, dándoles victoria a la iguala de sus deseos”.

Con esto y al haberse rendido, en efecto la ciudad, en la fecha señalada por los monjes, un 18 de Agosto de 1487, nadie dudó de que el anciano visto en sueños por el Rey no era otro que el propio San Francisco de Paula.

A partir de ese momento la Virgen Santísima, venerada en aquella imagen tenida ya por milagrosa, fue invocada por todos con el título: “De la Victoria”, y al pie de la escultura se grabó esta inscripción que aun hoy, puede leerse: Santa María de la Victoria.

Desde entonces fue centro de devoción de su pueblo, Reina entre reinas, recibiendo el cariño y la admiración de monarcas, de hecho el Rey de España Felipe IV, gran artista y mecenas dijo de ella cuando la vio en una visita a Málaga: “Verdaderamente esta imagen tiene cara de señora; no como otras tantas que parecen niñas”.

Es por ello que la historia de nuestra ciudad no puede escribirse sin mencionar a su patrona, centro devocional de una ciudad que hace que cobre sentido la tan bella frase: Málaga, a su Virgen de la Victoria.

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