La inocencia ante Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén.

Domingo de Ramos. 9:53 horas. Una nueva mirada

Era cuando aún no había empezado, pero sabíamos lo que estaba a punto de suceder. Era cuando todo estaba dispuesto para que un año más ese escalofrío de Dios nos recorriese todo el cuerpo. Era cuando la primavera florece en el brillo oculto tras los capirotes morados y verdes. Era cuando el ser del sur fue más que un orgullo. Era cuando todo el trabajo callado seguía imperturbable en ese nazareno al que le palpitaba rápido el corazón. Era cuando desde el varal que cubre su manto, ya rezaba en soledad. Era cuando los recuerdos se acumulaban y la palmera aún no los agitaba con su paso pollinico. Eran las 9:53 horas de un resplandeciente Domingo de Ramos en calle Parras.

Era cuando el abrazo se apretó fuerte para fundir los corazones que pocas horas después entonarían al unísono el ‘Pescador de hombres’. La vida empieza y se renueva ahí, a esa hora, cada año. El Señor bendecía desde la puerta, la Virgen sonreía tras Él, y en la calle Parras, nosotros. Personas que llegan un nuevo Domingo de Ramos con sus pérdidas y sus ganancias, con sus particulares cruces, con sus renovadas ilusiones, con sus nuevas miradas, pero todas tienen siempre algo en común, y es ese cosquilleo infantil que no se pierde desde que nos enseñaron a amar nuestra Semana Santa.

Con una nueva mirada nos enfrentamos cada primavera a lo que dictaminan Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén y María Santísima del Amparo en la calle. Es la magia que tiene cada Domingo de Ramos. Es la magia de ser cofrade.

La inocencia ante Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén.
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