La belleza de la sencillez
La Hermandad de la Santa Cruz hizo alarde del buen gusto y la exquisitez en su salida procesional del Jueves Santo
Pasadas las 18:15 horas de uno de esos jueves que reluce más que el sol, las puertas de la Parroquia de la Santa Cruz y San Felipe Neri se abrieron. Y de entre la penumbra y la nube de incienso, los nazarenos negros comenzaron a caminar silentes para preceder a la Virgen implorante a los pies de la cruz, de la Santa Cruz.
El contrapunto a la jornada del fervor popular se encuentra en la Hermandad de la Santa Cruz, en el rigor y la seriedad de un cortejo nazareno que porta la cola del hábito negro recogida a la cintura y que se ciñe a la misma por un cíngulo ancho de esparto. La corporación no hace grandes alardes de patrimonio por las calles de Málaga, tampoco se recrean con unas eternas filas nazarenas, pero ahí reside su encanto, en la sencillez que es capaz de acercar lo divino a lo humano.
Sin sobresaltos, con un paso firme, cadente y seguro. Así avanzaba Nuestra Señora de los Dolores en su Amparo y Misericordia en su vuelta a las calles tras su última salida procesional en el año 2019, que además finalizó con un sabor agridulce tras la aparición de la temida lluvia en pleno Recorrido Oficial. Pero eso ya fue historia, como lo será esta última y magnífica Estación de Penitencia vivida.
En esta ocasión, no iba sola, el Crucificado de la Victoria quiso estar representado en el cortejo acompañando a su Madre. Por ello, y tras el Vía Crucis Extraordinario celebrado en Cuaresma con motivo del centenario de la Agrupación de Cofradías, se procesionó el estandarte del Santísimo Cristo de la Victoria, con pintura obra de Raúl Berzosa (2021).
El pañuelo, los rosarios y la corona de espinas fueron los atributos que portó la Dolorosa en sus manos, con una recuperada posición más dulcificada y alejada de expresiones más bruscas. Su mirada lo decía todo, porque en sus Dolores, ofreció todo su Amparo y Misericordia sobre su trono de madera. La originalidad de su saya bordada; de la disposición del manto en forma de capucha, que ofrece unos reflejos, sombras y contraluces sencillamente espectaculares, y de ese cuidado exorno floral, compuesto por un monte de corcho y acompañado de flores naturales que se desprendían por el cajillo del trono, dio como resultado un conjunto perfecto.
El sol iluminaba su corona de corte imperial, los remates plateados de la Santa Cruz, y los faroles que remataban los arbotantes. Y de noche, oración y respiración contenida a su paso por las calles Jinete, Alta y Parras. El tiempo pareció retroceder a aquellos Viernes de Dolores por el barrio del Molinillo, y Málaga sí supo comportarse y estar acorde con la idiosincrasia de la corporación nazarena. No ocurrió lo mismo en algunos puntos del itinerario de ida al Recorrido Oficial, en los que poco o nada parecía importar lo que no fuesen los legionarios entonando el mítico ‘Novio de la muerte’.
Las azucenas, como símbolo de la pureza de la Madre de Dios, y el sudario cobraron vida propia cuando el trono se mecía al compás de un repertorio musical excelente, en el que se pudieron escuchar marchas como ‘Aquella Virgen’; ‘Margot’, o la propia ‘Santa Cruz’, de Juan Manuel Parra, por parte de la Banda de Música del Maestro Eloy García de la Archicofradía de la Expiración.
Y es que la sencillez es bella en su concepción. La Virgen de los Dolores en su Amparo y Misericordia centró todas las miradas. Qué guapa y qué dulce se paseó la Señora, qué regusto saben dejar los hermanos de la humilde corporación nazarena, y qué bien le sienta la noche y su barrio. El tambor ronco marcaba los pasos de una Virgen que parece que camina sola, pero que siempre guarda en el corazón dorado que portaba en su pecho a todos los que la veneran y acompañan durante toda su vida.
Fotografías: Salva Fernández.