La Congregación de Mena entonó los himnos que cada Jueves Santo aglutina a miles de personas

Como si no hubiese dolido. Como si el sufrimiento previo hubiese sido inexistente. Como si la belleza estuviera en la propia Buena Muerte de Cristo. Como si la Soledad de María fuese el estado natural de la hermosura de una Madre Coronada. Como si el tiempo no hubiese pasado. Como si esa Magdalena fuese el fiel reflejo de una ciudad que le canta a Cristo y a la Virgen con fuerza en el atardecer de un nuevo Jueves Santo. Como si la misma muerte hubiera sido dulce. Como siempre. Como nunca.

Los relojes se sincronizaron, y al marcar las 19:25 horas, el cortejo nazareno de la Congregación de Mena comenzó a recorrer las percheleras calles repletas de público ansioso por ver a los Sagrados Titulares de la corporación. Como si faltase algo aún en la Semana Santa del reencuentro, arrancó ese cántico legionario. La ovación se escuchó por toda la ciudad. No había margen de error, estaba ocurriendo. El Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas estaba ya en la calle, seguido de una marea legionaria verde que centraba toda la atención. Así, el Crucificado poco a poco se alejaba de su bendita Madre, acompañado de la algarabía más popular del Jueves Santo en Málaga.

Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas.

Los ecos de las trompetas se iban alejando, el suelo ya no retumbaba por el fuerte golpe de los tambores, y la cera de la densa candelería de Nuestra Señora de la Soledad Coronada se iba derritiendo. Las emociones se iban calmando para dar paso a la dulzura de María. La Virgen orante de manos entrelazadas atravesó el dintel de su Casa Hermandad mientras sonaba su marcha ‘Pasa la Soledad’, interpretada por la Banda de Música Nuestra Señora de la Soledad de la Congregación de Mena. Sola en la inmensidad dorada de su trono. Sola bajo el palio ochavado que emula las olas del mar. Sola y Coronada por un halo de fervor malagueño. Sola. Como si vivir le costara.

Los tambores destemplados que seguían los pasos de la cruz guía ya llegaban al Puente de la Esperanza. La Congregación ya pisaba el centro, al tiempo que miles de personas esperaban desde hace horas el paso de este emblemático cortejo por las calles de la ciudad. Los aplausos se sucedían en cada ‘Novio de la muerte’ acompañados de vítores como: “¡Viva la legión!”. Pero la magnificencia de la Congregación no queda ahí, y es que nuevas túnicas bordadas de nazarenos negros precedían la dulce muerte de Cristo. Y qué gusto da escuchar al Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas de marchas procesionales que se alejan del trillado himno. Cómo cambia el caminar que imprimen sus hombres de trono cuando suena ‘Cristo del Amor’ tras la cruz sobre la que se clava la muerte que nos dio la vida. Los hachones rojos ofrecían una cálida luz en la noche del Jueves Santo, y la calle Martínez, en pleno recorrido oficial, casi enmudeció al ver avanzar a Cristo junto a María Magdalena. El inconfundible sonido de los tambores legionarios no desapareció, pero la suave melodía hizo que el matiz fuese muy distinto. Y en la variedad está el gusto. Eso sí, al finalizar esta marcha procesional sonó con fuerza de nuevo esas estrofas archiconocidas: “Nadie en el tercio sabía / quién era aquel legionario […]”. Málaga sostuvo su móvil en la mano y dejó de ver lo realmente importante.

Legionarios.

La Semana Santa volvió a demostrar que las fronteras no existen, y que la música es universal. Sonó ‘Macarena’, de Emilio Cebrián, para que Nuestra Señora de la Soledad Coronada terminara de recorrer los últimos metros de la imperial calle Larios y se adentrase en Martínez. Muchas veces las palabras se quedan cortas para describir un determinado instante, como es en este caso. Avanzando muy despacio y hacia la derecha, la Dolorosa encaró una nueva calle que se ancló a la Soledad de María. Las calas blancas de sus ánforas desprendían ese aroma a primavera que muchos quisieron retener. Pero la Semana Santa son instantes, y esta cualidad es la que la hace mágica. Puede repetirse año tras año la misma marcha en el mismo punto y a la misma hora. Pero siempre se percibe de forma distinta.

Nuestra Señora de la Soledad Coronada.

Como si la magia existiese. La muerte dulce del Crucificado de la Congregación de Mena caminaba levantando pasiones. La fuerza de su gesto inerte no dejaba indiferente a los que año tras año lo contemplan, y a los que lo descubren por primera vez. El Mercado de Atarazanas fue el escenario del momento. El Santísimo Cristo continuaba su marcha hacia el puente que le devolvería a su barrio, aunque María Magdalena parecía asomarse para ver a la Virgen.

Y es que, tras Él, la Virgen de la Soledad esperaba, no tenía ninguna prisa mientras su cortejo avanzaba y se quedaba algo atrás. Muchos preguntaban el porqué, y es que María se sentía sola, y quería verse reflejada en su propio Gran Poder. El Perchel se concentró en pleno corazón de la ciudad. A un lado, la Virgen de manos entrelazados; al otro, la Reina de plata que procesionará en apenas unos días de la Cofradía de la Misericordia, y como banda sonora sonaba ‘Esperanza Perchelera’, de Miguel Pérez. Plata y oro fundidos en una esquina. Soledad y Gran Poder frente a frente, mecidas eternas acompasadas por aplausos y lágrimas espontáneas. Fue entonces cuando Nuestra Señora del Gran Poder se alzó al cielo a pulso, y la Virgen de la Soledad Coronada retrocedió par seguir viéndola un ratito más. La dulzura de la Virgen se duplicó, y muchos entendieron que el Gran Poder de María, aun viviendo en una profunda Soledad, es eterno. Y Málaga lo entendió de esta manera.

María Magdalena.

La madrugada ya pesaba, y el Cristo de la Buena Muerte y Ánimas ya esperaba a su Madre de la Soledad en la Plaza de Fray Alonso de Santo Tomás para comenzar el encierro conjunto. Las cabezas de varal del trono, restauradas por Berdugo, aun brillaban como en las últimas horas de la tarde del Jueves Santo. Y aún quedaban fuerzas para un último ‘Novio de la muerte’. Esta vez sonó diferente, los ojos miraban directamente la dulce talla del Crucificado y se perdían en la inconmensurable delicadeza de la Virgen de la Soledad. Los tronos se mecieron por igual, sin avanzar, sin retroceder. Y sin detener en el suelo a los Sagrados Titulares, comenzó la ‘Salve marinera’, unos versos que navegaron del norte al sur del Perchel. Las campanillas se agitaron, la legión abandonó la plaza, y el Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Soledad finalizaron un desfile procesional dulce por las calles de Málaga.

Fotografías: Pepe Dago.

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