Sentimiento franciscano

La Hermandad del Dulce Nombre repartió su esencia capuchinera en el día más bonito del año

Ellos ya pisaban la plaza de su barrio desde la mañana del Sábado de Pasión. Desde días antes, Capuchinos ya sabía lo que albergaba ese tinglao que se instalaba junto a la Parroquia de la Divina Pastora y Santa Teresa de Jesús. En un luminoso y ansiado Domingo de Ramos, parecía que la luz se colaba entre las telas de la estructura efímera, cuando en realidad fue el destello del Señor, que nunca camina solo, y de la Virgen, que lleva a gala el color del mar en calma en su manto, el que cegó a unos hermanos que comenzaron la Estación de Penitencia a partir de las 14:20 horas.

Con alegría y buen ritmo, la corporación recorrió las calles de su barrio antes de efectuar el saludo a los titulares de la Archicofradía de la Sangre en la pronunciada bajada de la calle Dos Aceras. Para ese momento, la Agrupación Musical de la Oliva de Vejer de la Frontera entonó sus sones más dulces, interpretando ‘Caído por San Francisco’ y ‘Costaleros del Amor’. El crujir del cajillo en madera y los aplausos también se hicieron presentes en esta escena de unión entre el Domingo de Ramos y el Miércoles Santo, entre Nuestro Padre Jesús de la Soledad y el Santísimo Cristo de la Sangre. Porque esta Hermandad, ante todo es unión, que se materializa en ese sentimiento franciscano, en las afables miradas nazarenas, y en el empuje conjunto entre sus hombres y mujeres de trono.

Nuestro Padre Jesús de la Soledad.

Con la marcha ‘Macarena’, de Emilio Cebrián, e interpretada por la Banda Sinfónica de la Trinidad, emprendió su bajada al centro María Santísima del Dulce Nombre. En la Virgen resplandecía la idílica luz del día más bonito del año para los cofrades. La Virgen del Dulce Nombre lució espléndida con un tocado plisado blanco y cruzado en su pecho, destacando el bordado de la toca de sobremanto, que estrenaba en la jornada, y que le otorgó un mayor realce sobre su trono procesional.

Pero la magia no quedó solamente en los Sagrados Titulares, ese sentimiento inexplicable de unión, fraternidad y devoción se desparramó desde la Cruz Guía de Tau hasta el último músico de la banda que siguió el movimiento de las mismísimas olas del mar. Una unión existente durante el año, un sentimiento franciscano que en la calle se potencia ante un recorrido exigente y a unas horas en las que las temperaturas pusieron a prueba a estos hermanos que estrenaban, en su mayoría, las túnicas de ambas secciones.

María Santísima del Dulce Nombre.

De nuevo, ese sentimiento de pertenencia se hizo patente en la esquina de Comedias con Santa Lucía, en la que la Hermandad se aproximó a la feligresía de los Santos Mártires. La maniobra era complicada, y la ejecución, perfecta, en un alarde de buen gusto musical, ya que se pudieron escuchar ‘La clámide púrpura’ y ‘Oh Pecador’, tras el Señor de la Soledad, y ‘Virgen del Amor Doloroso’ para María Santísima del Dulce Nombre, en un claro guiño hacia la Virgen de manos entrelazadas que ya aguardaba en el interior del céntrico templo para realizar al día siguiente su Estación de Penitencia y consumar su regreso a casa.

Con un ritmo más pausado, la Hermandad del Dulce Nombre encaró la Tribuna y el Recorrido Oficial que le llevaría hasta el interior de la Santa Iglesia Catedral para cruzar el interior del templo antes de volver al barrio que le brindó la luz que fue repartiendo por cada rincón de la ciudad. Luz en el brillo de los ojos de los más pequeños al recibir las estampas, luz en el broche bordado en oro que estrenó Nuestro Padre Jesús de la Soledad sobre su cíngulo, luz que esclareció los tonos morados, rojos y blancos del maravilloso exorno floral que rodeó al grupo escultórico. Luz que potenció el sentimiento franciscano de los integrantes de la corporación, que aún tenían fuerzas para volver al barrio, y de qué manera.

María Santísima del Dulce Nombre.

Es en calle Echegaray donde las manecillas del reloj ya no marcaron escrupulosamente los puntos de referencia. En ese enclave comenzó el dulce caminar y ascenso a Capuchinos. El cielo quiso colorearse con tonos rosáceos y celestes, propios de la vecina Auxiliadora que aguarda en el barrio. El redoble de tambor anunció marcha, y lentamente a los sones de ‘Puerta del Cielo’, la Virgen del Dulce Nombre volvió a ser ese inquebrantable nexo de unión. La Dolorosa, que tallara Antonio Bernal, pasaba por el centro histórico con una marcha dedicada a la más pura devoción victoriana, interpretada por una Banda de Música trinitaria, y todo ello, para engrandecer a la Señora de la dulce mirada de Capuchinos. Es el poder del sentimiento franciscano, capaz de enlazar en muy poquitos metros y en un corto periodo de tiempo a todos los citados barrios. Esto también es parte de la Semana Santa de Málaga.

Continuaba la subida del cortejo procesional por calle Casapalma. Pedro negó al Señor por tres veces antes del canto del gallo, y la Agrupación Musical de la Oliva de Vejer de la Frontera enlazó hasta cinco marchas para que Nuestro Padre Jesús de la Soledad, de manos atadas, dirigiese su mirada cabizbaja a sus hermanos.

Manos cautivas de Nuestro Padre Jesús de la Soledad.

El barrio ya anisaba tener a sus Sagrados Titulares de vuelta, pero un pitero anunció la llegada de la corporación a la calle Madre de Dios. Se produjo un nuevo encuentro con la misma intensidad de siempre, pero con las nuevas experiencias vitales adquiridas a lo largo de estos años de pandemia, en los que ese sentimiento franciscano, que llevan por bandera los nazarenos de la Hermandad del Dulce Nombre, volvió a crear magia gracias a la fe y devoción del patrimonio humano que componía la procesión. ‘A la gloria’ y ‘Reina de Reyes’ sirvieron como banda sonora para que el Señor se presentase ante la Hermandad del Rocío de la Caleta. Hay algo que permanece inalterable, y es ese clavo al que nos aferramos en los momentos complicados para seguir caminando, y al que los hermanos miraban con orgullo: ‘Siempre la Esperanza’. La lluvia de pétalos se hizo presente para cubrir ese palio de malla, que ahora parecía no dejar escapar el ascua de luz que desprendía la candelería de la Virgen del Dulce Nombre.

Y tras una vuelta de nuevo por Dos Aceras como si el tiempo no hubiese transcurrido, ni el paso de las horas ni el peso de los tronos hiciesen mella en los hermanos, los Sagrados Titulares pisaron suelo capuchinero. El templo ya cobijó a unos hermanos que se abrazaban y sonreían, y la Plaza volvió a reunir a Madre e Hijo. El Señor no necesitó de bordados en su túnica morada para brillar en la noche del Domingo de Ramos, y la Virgen del Dulce Nombre no quiso enjugar sus lágrimas con el pañuelo que portó. Fueron lágrimas de emoción por el reencuentro, por recuperar esas sensaciones que no se perdieron, y que simplemente se olvidaron con el paso del tiempo. Málaga fue testigo de un sentimiento franciscano que volverá a pasearse, cada vez con más fuerza, por la ciudad que recoge en el manto de la Señora su esencia marinera.

Fotografía: Dani Astorga.

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