Somos fusionados
La corporación que pone en la calle cuatro tronos cada Miércoles Santo inició su procesión desde la casa hermandad
Somos fusionados. Todos hemos sentido como nuestros los colores que acompañan a los Azotes del Señor atado a la Columna; a su Exaltación; a su muerte en la cruz con Ánimas de Ciegos, y al Mayor Dolor de María, siempre junto al discípulo amado, San Juan Evangelista. No fue un Miércoles Santo más, los nazarenos y penitentes abandonaron la Iglesia de San Juan sin sus Sagrados Titulares para encontrar sus miradas en el Pasillo de Santa Isabel, donde aguardaban las Imágenes en su casa hermandad para comenzar a rezar un año más por las calles de una ciudad que volvió a sentirse fusionada. La vida volvió a lo que un lejano 2018 nos regaló, ya ha llovido, quizás demasiado, por eso se saboreó más que nunca cada instante. Llegó la hora, y la Banda de Cornetas y Tambores de las Reales Cofradías Fusionadas anunciaban que los colores de la fe volvían a brillar con luz propia.
Morado de sabiduría, de imaginación, de locura, de creatividad, de misterio y de magia. Sabiduría de los mayordomos y capataces de trono que supieron dar las órdenes precisas para que Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna comenzara a recorrer las primeras calles en una tarde de ensueño. Imaginación desmedida de aquellos hermanos que miraban cómo el Señor avanzaba a los sones de la Agrupación Musical Cautivo de Estepona. Locura de un grupo escultórico que imprime fuerza y carácter a Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna. La calle Cisneros ya esperaba el transitar de este primer trono de las Reales Cofradías Fusionadas. Con la marcha ‘La clámide púrpura’ y a paso muy corto, el Señor caminaba mientras las plumas de los romanos volaban a su antojo por un cielo que se revistió de colores fusionados por un arco iris, que apareció por esas gotas que tampoco quisieron perderse tal escena.
Morado de creatividad perfectamente medida para acompasar cada acorde, para que esa pureza blanca que revistió a Jesús de Azotes y Columna se meciese para mitigar el dolor de las llagas de su espalda. Un estreno realizado por José Delgado Trujillo y donado por un hermano. Morado de misterio al contemplar tal perfección en el orden del cortejo nazareno, y en la compenetración del trono con la banda, formando uno de los binomios más consolidados de la Semana Santa de Málaga. Morado de magia que se produjo al sonar los platillos y dar un paso marcha atrás. El Señor sabía que se alejaba de su bendita Madre por unas horas. La emoción era más que palpable en el inicio de la procesión de las Reales Cofradías Fusionadas. El morado es siempre de Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna que derrochó fervor popular por Málaga.
Rojo de pasión, de amor, de contradicción, de dolor, de fortaleza y de calor. Pasión que se tradujo en la culminación de los trabajos realizados en la crestería del cajillo del trono, realizada en madera de cedro dorada en oro fino. Amor que se manifestó en el caminar del Santísimo Cristo de la Exaltación por la emblemática calle Larios. La larga cadencia hizo que las cuerdas que tensaban la cruz de Cristo casi ni se movieran. Aunque la verdadera muestra de amor en el pasado Miércoles Santo fue el rostro de un Crucificado que volvió a procesionar en Semana Santa y que parecía buscar a su lado a su Madre del Mayor Dolor, tal y como lo hiciese en la magna ‘Camino de la Gloria’. Toda constituía una contradicción en sí misma, pero esta ciudad así lo manifiesta. ¿Cómo un momento tan trágico como la Exaltación de Cristo puede irradiar tanta belleza y calmar tantos corazones? Cristo todo lo puede y lo volvió a demostrar en un Miércoles Santo de pasión y de amor.
Rojo de dolor en esos portadores que ya sentían en pleno Recorrido Oficial el peso del trono. Un dolor que sació y calmó al ver esa estampa que sostenían en sus manos con un primer plano de su Sagrado Titular, que para la ocasión procesionó excelso sobre un monte de corcho con detalles en claveles rojos. Rojo de fortaleza en los sones de la Banda de Cornetas y Tambores Coronación de Campillos, que volvió a demostrar su buen hacer con la interpretación de marchas clásicas tras el Crucificado. Rojo del calor físico que sintieron los nazarenos y penitentes de la segunda sección, de ese calor que derritió la cera y dejó un sendero rojo sobre el que caminó el Cristo de la Exaltación, y de ese calor emocional que volvieron a experimentar esas almas que se reconfortaron en la salida procesional del reencuentro.
Negro de luto, de tristeza, de muerte, de soledad, de miedo y de vacío. Luto por esas almas que volaron junto al Santísimo Cristo de Ánimas de Ciegos durante los duros años de pandemia. De tristeza contenida al saber que Él acogió en sus brazos, clavados en la cruz, a todos los que decidieron en algún momento vincular su día a día a la talla atribuida a Pedro de Zayas en 1649. De muerte por la salvación de la humanidad, una muerte dulcificada sobre un monte de corcho con detalles en claveles y rosas ‘sangre de toro’. Y es que, al pasar el Cristo de Ánimas de Ciegos, Málaga enmudece para escuchar el estruendo de la Banda de Cornetas, Tambores y Fanfarria de la Brigada Paracaidista del Ejército de Tierra.
Negro de soledad mitigada junto al Crucificado en el interior del primer templo catedralicio. Un momento par el recuerdo tuvo lugar cuando el Cristo de Ánimas de Ciegos estuvo protegido por las inmensas bóvedas de la Catedral, la historia de las Reales Cofradías Fusionadas se estaba escribiendo con letras doradas y negras en el libro de las vivencias fusionadas de todos los presentes. Negro de miedo a la incertidumbre de lo que pasaría después, de ese chaparrón que la corporación supo solventar en la calle con sobriedad y saber estar. Negro de vacío por tantas noches de confinamiento en casa, soñando con encontrar, al otro lado de la ventana, al Santísimo Cristo de Ánimas de Ciegos custodiado por sus cuatro hachones rojos de pasión.
Azul de confianza, de tranquilidad, de verdad, de armonía, de seriedad y de lealtad. Confianza al saber que, tras los Azotes, la Exaltación y la propia consumación de la muerte, siempre está Nuestra Señora del Mayor Dolor sosteniendo nuestro sufrimiento, en forma de corona de espinas, sobre el pañuelo en su mano derecha. Tranquilidad al encontrar en su mirada alzada las respuestas a las preguntas más simples o trascendentales. De verdad y autenticidad en todos esos cofrades fusionados que trabajan por limpiar esa candelería que lució espléndida en la noche del Miércoles Santo y que pudieron escuchar en la calle los estrenos musicales de ‘Mateo-2,13’ y ‘El Mayor Dolor’, por parte de la Banda de Música de la Archicofradía del Paso y la Esperanza.
Azul de armonía en ese conjunto rematado por el palio de crestería del que penden las corbatas bordadas que tanta personalidad aportan a sus bambalinas, de su imperial manto y de sus arbotantes que culminan con la luz de los faroles plateados. Azul de seriedad y absoluta veneración por la Virgen del Mayor Dolor, la Dolorosa fusionada de gesto desorientado, dulce y bello. Seriedad que también fue una petalada en calle Echegaray a los sones de ‘Pasan los campanilleros’ o de su entrada a la calle Carretería con la música triunfal de ‘María Santísima del Amparo’, y es que no hay nada más serio que querer a la Virgen del Mayor Dolor, rendirle honores desde los balcones y alegrarse a su paso. Azul de lealtad representada en esa mano que siempre soporta el dolor compartido de la Virgen. En San Juan Evangelista también se reflejaron esos ojos nazarenos que tuvieron un momento de encuentro con Ellos antes de mandar andar las filas o encender los cirios.
La madrugada llegó y todos estos colores y sentimientos se entremezclaron cuando los cuatro tronos volvieron a detenerse en su casa hermandad y los abrazos de los hermanos fusionados combinaron el morado con el rojo, el negro con el azul, o ese mismo azul con el rojo. No importaba, fueron sentimientos compartidos durante una salida procesional que aguantó un retraso horario en su recorrido de vuelta, así lo quisieron los Sagrados Titulares, parecía que no querían que terminase nunca ese Miércoles Santo morado de magia, rojo de pasión, negro de luto y azul de lealtad. Todos somos fusionados, todos hemos experimentado en algún momento estos sentimientos como propios. Volverá a ser así en menos de un año.
Fotografías: Jesús Palacios.