La Hermandad de la Soledad de San Pablo fue esa cara dulce y comedida de un barrio de la Trinidad que sabe vivir su particular Viernes Santo

Como el grácil movimiento del sudario sobre la cruz desde la que se arrodillaba Nuestra Señora de la Soledad. Como el incienso que prendía desde los pebeteros que custodiaban al Santo Traslado. Como esa frágil sábana sobre la que se sostenía el cuerpo inerte de Cristo. Como las capas de los romanos que precedían a un cortejo que partió desde la sede, desde el corazón de un barrio, para reencontrar sus ojos con la muerte, que fue vida, y con las estrellas del cielo, que brillaron al recibir la mirada de la Madre y así alumbrar su caminar. Volátil. Todo fue volátil. Todo pasó en un suspiro. Ese último suspiro del barrio de la Trinidad de cada Semana Santa fue efímero en el tiempo, pero perpetuo en la memoria.

Cabeza de varal del trono del Santo Traslado.

El crepúsculo de la tarde enmarcaba los edificios de la calle Trinidad y a unos nazarenos de capirotes rojos y túnicas negras que avanzaban buscando el Puente de la Aurora. Un nexo casi volátil sobre el que minutos después dejaría su huella Cristo. Cristo que, en su Santo Traslado, ya era un firme presagio de la volatilidad de una nueva Semana Santa, de la volatilidad de la misma vida, y de la misma muerte. Fue en ese instante cuando ya la última y volátil luz de la tarde alumbraba la palidez del Cristo del Santo Traslado. Los sones de la Banda de Cornetas y Tambores Jesús Cautivo retumbaron como si de un grito se tratase en el cielo trinitario. Grito desgarrador de emoción al volver a acompasar la elegancia que va destilando el trono malagueño que acoge a Nicodemo, José de Arimatea, Pastor Stéfanus, María Magdalena, Cleofás y Salomé. Y en el centro, la volatilidad. Quedaban horas para una triunfal y gloriosa Resurrección, pero el barrio de la Trinidad sabe rogar por todos los malagueños con su devoción universal, pedir Salud por todos sus vecinos, y trasladarnos a esa solemnidad característica de cada Viernes Santo, pero siempre con su esencia trinitaria.

Santo Traslado.

Un barrio que nunca la deja sola. Un barrio que en los brazos abiertos de Nuestra Señora de la Soledad encuentra el consuelo a todos sus males, y el mayor refugio frente a sus temores, sean volátiles o no. Sonaba ‘Soledad de San Pablo’, de Miguel Pérez, interpretada por la Banda de Música de la Trinidad Sinfónica, y todo pareció volver a ser lo que fue. Con un mayor grado de perfección si cabe, pero con todo el puro sentimiento que se desparramaba desde los balcones más próximos a la casa hermandad del Santo Traslado. Las rosas y rosas mini ramificadas de color rosa, helechos de cuero y esparragueras de dos clases bordearon un monte de corcho coronado por la bendita Virgen de la Soledad. Ella no precisa de un vestidor que le coloque con suma precisión encajes ni volantes, su poder está en Ella misma, en sus manos implorantes, en su cabeza ladeada, y en la ráfaga que conjugó su plata con los delicados remates de la cruz. Y en un abrir y cerrar de ojos, la Trinidad se quedó en su Soledad.

Nuestra Señora de la Soledad.

La corporación ya tomó las calles del centro histórico para iniciar su tránsito por el Recorrido Oficial. A pocos metros de su paso por la Tribuna, la noche cayó sobre Málaga, y Málaga volvió a rendirse ante la solemnidad del conjunto del Santo Traslado. Las tulipas del cajillo ya iluminaban esas particulares vestimentas napolitanas de un grupo escultórico que cambió su distribución sobre el trono para esta ocasión. Cristo continuaba meciéndose, junto a su nuevo paño de pureza, bordado en oro sobre terciopelo burdeos, realizado y donado por una hermana, en esa fiel representación del camino hacia el Santo Sepulcro. Aunque aquel Viernes Santo de 2022, Cristo iba al encuentro de sus fieles, de los que en su muerte encuentran la vida.

La volatilidad se aferró a lo imposible. El tiempo quería detenerse y no continuar con el continuo e irreversible ‘tic, tac’ que dictamina un segundo que jamás volverá. El sudario quiso acariciar el rostro dulce de la Virgen de la Soledad justo al girar hacia calle Cisneros. Una leve anécdota que se solucionó con la pericia del hermano de la caña. Ahora sí, la campana sonó dos veces, y tras una leve pausa, al tercer golpe, Nuestra Señora de la Soledad se elevó para continuar su elegante discurrir en la noche de un Viernes Santo de ensueño.

La guardia romana y el clasicismo de la Madre y Maestra Banda de Cornetas y Tambores del Real Cuerpo de Bomberos anunciaban a bombo y platillo la llegada del cortejo a cada esquina. ¿Puede la estridente cornetería sonar de forma melódica? La formación musical que remata su banderín con la inigualable torre de la Iglesia de San Pablo es claro ejemplo de ello. Los palillos mitigaban el fuerte redoble de tambores, y las largas notas musicales fueron las órdenes precisas que necesitaron los portadores del trono del Santo Traslado para ejecutar con parsimonia las maniobras de un exigente, y aún mejorable, Recorrido Oficial. ¿Y qué es la música, más que la expresión de sentimientos? La capital hispalense y la Costa del Sol se unieron de forma efímera y volátil gracias a los músicos de la Trinidad Sinfónica, que hicieron sonar ‘Valle de Sevilla’ para que Nuestra Señora de la Soledad se adentrara en la Alameda Principal, para que así las ramas de los árboles comenzaran a juguetear con el sudario, y las tres azucenas que se enraizaban a los pies de la cruz en su parte trasera.

Banda de Cornetas y Tambores del Real Cuerpo de Bomberos.

Todo seguía escapándose. Nadie era capaz de contener esa penúltima emoción, el penúltimo pellizco de una Semana Santa que, aunque incompleta, sirvió para volver a ser. Todo pasa. Todo es volátil. Nada permanece, más que ese fuerte recuerdo que nos hace seguir creyendo con fe y acudir al encuentro del Santo Traslado por una calle Granada engalanada con todos sus balcones decorados con telas rojas. Telas que volaban hacia Cristo, que ya ansiaba respirar aire trinitario en la madrugada del Sábado Santo. El cansancio no hacía mella en la mecida, que seguía siendo larga, cadenciosa y constante. Era Viernes Santo, pero el público aplaudió como respuesta a ese esfuerzo, como muestra de esa fe que a veces se desborda y no encuentra palabras para ser explicada.

Todo comenzó en Jerusalén. Y ‘Jerusalén’ fue la melodía que hizo soñar por unos minutos a los nazarenos de capirotes azules y túnicas negras. Con paso firme, la Virgen de la Soledad tomaba la calle Granada. El frío se apaciguó, la desesperación fue calma, y cómo es esto, que la Soledad alivió nuestra propia soledad. De forma triunfal continuaba sin detenerse la Dolorosa, triunfal porque la muerte caminaba precediéndola, pero la esperanza del ansiado amanecer de la vida y la Resurrección se acrecentaba a cada paso.

Incienso que precede a los tronos de la Hermandad de la Soledad de San Pablo.

El barrio volvió a estar completo a su llegada. El Cristo del Santo Traslado y Nuestra Señora de la Soledad ya sentían la protección de sus vecinos, que bajaron a sus calles para acompañar hasta los últimos metros a los hermanos que alumbraron con sus cirios el camino de la vida, que no de la muerte. Un camino que a veces se antoja difícil y cuesta arriba, pero del que podemos trasladar numerosas enseñanzas y aprendizajes a nuestro día a día. Al final todo transcurre en lo que dura un suspiro. Todo pasa y es, sencillamente, volátil.

Fotografías: Adrián Jiménez de los Reyes.

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