Siempre la Esperanza

Las fiestas navideñas ya están muy cerca y Málaga se tiñe del verde que ilusiona y que emociona por diciembre: el verde Esperanza

Entras a la perchelera Basílica casi sin querer hacer ruido. Te quedas en la puerta tímido sin querer pasar ni acercarte más, porque la buscaste en las alturas y la encontraste frente a frente. Impacta, claro. Te vas acercando mientras bordeas los bancos del templo y primero recibes el abrazo eterno del Dulce Nombre que, sencillo, sin querer quitarle protagonismo a la que te ha cortado la respiración instantes antes, siempre aguarda sereno cargando con su cruz, que en el fondo es tu cruz también.

Ya llegas, la tienes a un par de pasos, subes esas escaleras, o no, y ahí está. Cara a cara. No pasa nada si no eres capaz de sostenerle la mirada. Ella te sostiene a ti, en las buenas, en las menos buenas, en los días largos, en tus sonrisas y sollozos, y sabe que tenerte tan cerca un año más es suficiente. En su pañuelo no hay dolor, en su mirada está la más absoluta determinación y el empuje que te hace continuar la vida con Ella y no abandonarla, porque ahí es cuando recuerdas que en tu corazón siempre hay un hueco para Ella, para la Esperanza.

Esa Esperanza que además se llena de Gracia en la Iglesia de Santo Cristo y que se renueva constantemente con cada Perdón en el templo de San Joaquín y Santa Ana. Hasta en el barrio de Cruz del Humilladero saben que los Dolores se calman con Esperanza. Es la Virgen que derrama Amor en San Dámaso y a la vez es el Refugio de los ancianos y de los que más la necesitan en Miraflores.

María Santísima de la Esperanza Coronada.

Es omnipresente, pero sientes que en esos segundos la tienes solamente para ti, y que te mira directamente a ti, sin tapujos, al descubierto. Te está tendiendo la mano, sí, físicamente, la miras, y entiendes que siempre está contigo, que es esa Esperanza la que te va a ayudar afrontar aquellas cosas que te pellizcan el estómago y que tratas de superar. Ella tiene la clave, y pellizca el alma, e impregnado de ese amor de la Esperanza comienzas a dirigirte de nuevo a la puerta de la Basílica.

No le quieres dar la espalda a la Virgen, y vas despacio. Te giras y observas a las personas que ahora van a su fugaz encuentro tras el tuyo. Ahora el brillo en la mirada lo tienes tú, porque entiendes que no eres la misma persona que entró hace unos minutos a buscarla. Te ha vuelto a recordar que siempre está contigo, que no te abandona. Es el último encuentro anual con la Virgen, pero es crucial, porque la Virgen pisa su ciudad para poder mirar a los ojos a aquellos que, por diciembre, se reponen a ellos mismos tras reencontrar aquello que jamás debemos perder. Siempre la Esperanza.

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