A través de tus ojos
La Archicofradía de la Expiración brilló con luz propia en la noche de un inquietante Miércoles Santo
Los iris de sus ojos de color caramelo relucían brillantes en la tensa espera desde el interior de la Parroquia de San Pedro. Sabía que ya estaba viviendo su momento, el que tanto esperó un año, y otro, y otro. Todo parecía recolocarse en su vida por unos instantes. Pero sus ojos tenían un matiz diferente. La preocupación se palpaba ante un cielo amenazante que dejó caer unas gotas sobre el centro histórico de la ciudad en el Miércoles Santo del reencuentro. Pronto su mirada se topó con más archicofrades que supieron transmitirle la calma y confianza que necesitaba. La historia personal de aquellos ojos de color caramelo quedaban ocultas tras el capirote y la túnica de terciopelo negra. Sus Dolores se mitigarían por unas horas en las que solamente iba a contemplar la espalda de su Santísimo Cristo de la Expiración y alumbrar el camino de María Santísima de los Dolores Coronada en una desapacible noche.
Las sabiondas arrugas que rodeaban la mirada cándida de eternos archicofrades expiracionistas consiguieron ocultar algunas lágrimas, aunque otras inevitablemente se escaparon cuando Cristo miró al cielo para que la lluvia cesara y así poder comenzar su solemne caminar por las calles de Málaga que ya aguardaban su llegada. Cristo expiró un año más en El Perchel y esos ojos expertos se entornaron al suspirar cuando comenzó a sonar la marcha ‘Mater Mea’ interpretada por la Banda de Música de la Vera Cruz de Almogía. Cristo clavado en la cruz expiró, señal inequívoca del Miércoles Santo que nunca dejó de ser, a pesar del confinamiento y de las veneraciones en el interior de la sede canónica. El Cristo de la Expiración quiso esperar hasta este año para que esos ojos, que alguna vez pensaron que no volverían a enfocar esa escena durante los momentos más complicados de la pandemia, desprendiesen vitalidad en el mismo instante en el que la vida roza la muerte en un suspiro.
Otros ojos ya se cerraban y se mecían al compás de una nana mientras ya la Madre de los Dolores Coronada iluminaba la Plaza de Enrique Navarro con su densa candelería perfectamente alineada y encendida. La toca de sobremanto engrandeció su semblante, el fino tocado dulcificó su rostro, la corona de las capillas brillaba para rematar un conjunto arrebatador. La Virgen entornaba sus ojos, mirando haca unas manos que casi querían acunar a ese pequeño que, en brazos de su madre, ya despertaría en uno de sus días que relucen más que el sol. La madre entonaba una nana, y la Banda de Música Maestro Eloy García de la Archicofradía de la Expiración entonó su mítico ‘Himno de Coronación a la Virgen de los Dolores’ para que el inmenso trono completase la difícil maniobra de salida de 180 grados. El pequeño soñaba con sus ojos cerrados, y otros lo hacían al tiempo que se sentían más despiertos que nunca.
El perfecto y ordenado cortejo avanzaba ya para buscar el Recorrido Oficial. Pero antes, unos ojos estaban ansiosos de vivir un momento histórico que aún visualiza y recrea cada noche de miércoles. Unos ojos enmarcados por el hábito y tapados por las rejas de una ventana de un primer piso. En silencio, con las manos orantes y el corazón en un puño, rezaron al paso del Santísimo Cristo de la Expiración. Esas Hermanitas de la Cruz quedaron casi petrificadas al sentir tan de cerca el último aliento de Cristo. Pero llegó Ella, la gracia de las bambalinas de su palio contrastaba con la rigidez del genuino conjunto del Crucificado. Ahora esos ojos miraban por la ventana con esa admiración de la primera vez. El rezo fue canto y la emoción aún seguía contenida. Pero esos ojos sabían que estaban escribiendo una parte bellísima de la historia cofrade malagueña.
La túnica morada no impidió que sus inquietos ojos de tono castaño desgranaran cada detalle que se iba encontrando en su transitar delante del Cristo de la Expiración. En su mano no tenía el micrófono amarillo, ni tampoco podía hablar en alto para describir de forma minuciosa cómo el Cristo de la Expiración acalló a toda una Tribuna Principal en la Plaza de la Constitución, aunque probablemente en su cabeza lo hiciese de forma inconsciente. Era su momento de recogimiento, de abstracción, de reflexión y de empuje. Cada paso iba dedicado a alguien, cada paso tenía una firme intención, y a cada paso se encontró más con ella misma, y con su Cristo de la Expiración. Todo esfuerzo tiene su recompensa, y al alba, su corazón estaba henchido de Expiración y de Dolores, sus Imágenes Titulares que la acompañan en cada día de su vida.
Un ‘Ave María’ volvió a cortar el silencio. A los pies de la Santa Iglesia Catedral Basílica, la Virgen de los Dolores ponía el broche de oro a un Miércoles Santo en el Recorrido Oficial. Una jornada que siempre finaliza bajo la atenta mirada de los que no quieren abandonar sus localidades hasta haber perdido completamente de vista ese manto que recubre la bendita espalda de la Madre de los Dolores Coronada.
Ya era hora de regresar a casa. Los tronos seguían firmes gracias al esfuerzo de los portadores y a los nuevos y revolucionarios varales de fibra de carbono que ayudaron a aliviar el peso de los tronos. Los ojos de los cofrades que quisieron ver a la Archicofradía de la Expiración por la zona del Soho se abrieron de par en par. Qué acertado fue el nuevo recorrido de vuelta de la corporación del Miércoles Santo. El arrope de las estrechas calles ayudó a que los nazarenos no se sintieran solos a unas horas ya tardías.
De nuevo, las puertas de la Casa Hermandad-Museo de la Archicofradía de la Expiración se abrieron, pero en esta ocasión, para que todo volviese a quedar en su sitio. El aire azotaba, aunque un joven no lo percibía en parte de su rostro. Llevaba muchas horas sintiendo el fuerte nudo de la venda negra que tapaba sus ojos. Él decidió que debía mirar con el corazón a sus Sagrados Titulares una vez que se pusieran en la calle. Una venda que no se soltó hasta cerrar esos portones y que impidió que el archicofrade pudiese fotografías con sus ojos el encuentro entre el Santísimo Cristo de la Expiración y María Santísima de los Dolores Coronada. Aunque pareció que, al estar desprovisto de uno de sus sentidos, se agudizaron el resto. Pudo percibir los distintos matices de los aromas que desprendían aún las flores sobre el friso del cajillo y el incienso que ascendía y se fundía con las mismas nubes del cielo. Su fino oído no perdió detalles de las marchas que se interpretaron en los últimos minutos de una salida procesional de ensueño que finalizó con el ‘Himno de la Guardia Civil’. Casi se asustó cuando la campana de la Virgen retumbó a su lado para indicar que ya no volvería a alzarse sobre los hombros de sus hermanos. Sintió esos abrazos finales con más fuerza que nunca. Y al desprenderse de esa venda, casi ni pestañeó desde la pasarela sobre la que se arrodilló unos minutos para culminar esa última oración ante el Cristo de la Expiración y su Madre, la que alivió todos sus Dolores, y con la que espera fundir su mirada de fe el próximo 5 de abril de 2023.
Fotografías: Jesús Palacios.